¿Y los intelectuales? ¿Dónde veranean? ¿En cuántos idiomas se callan? ¿O es que esperan el premio Jerusalén?
Y ese poeta borrachoso y alguna vez divertido que tiene la voz guarapera y desprecia a todos los que no se emborrachan y esnifan y jura que es el Guinsberg de la calle de las pizzas, ¿en qué cocina de Torre Tagle sirve y con qué bocaditos se atraganta?
Repúblicas del silencio, torres de jade, almas con sordina, viejos apolillados, jóvenes veletas, pendejos de todas las falanges:
¿Dónde están que nadie los oye mientras los niños son troceados en Gaza?
¿Que esos niños están muy lejos y no nos conciernen?
Gaza está aquí nomás, a tiro de Al Jazeera: ustedes son los que están lejos.
Además, valgan verdades, a ustedes ni los niños de Lima les conciernen.
Las becas Fullbright, las becas Guggenheim, las becaciones, las vacaciones, las contemplaciones: todo eso, muchachos, los ha sacado de la historia, los ha librado del dolor, los ha vuelto esa prosa oscura y fingidamente autista, esa poesía que se empeña en no decir nada y lo logra admirablemente, esa manera tan bien pagada de hacerse los cojudos.
De los viejos, digamos, hechas las excepciones tan escasas y visibles, no cabe esperar mucho. La mayor parte de ellos envidia a Pablo Macera, que se cansó de ser honesto y bailó para Fujimori mientras tramaba la pensión de la 20530 (diez mil trescientos soles que se lleva cada mes por haber estado sesenta días en el Congreso).
Los viejos empezaron a volverse incrédulos cuando ya nadie creía en ellos. Así pasa cuando la procesión va por dentro.
Pero, ¿y los jóvenes?
Nadie dice que salgan a las calles y quemen banderas. Eso sí que puede estar pasado de moda.
¿Pero no pueden decir algo, escribir algo, balbucear algo, gritar un poco, enviar cartas, llorar por los niños de Gaza que son los mismos de Sabra y Chatila?
¿Y el señor Abugattás? ¿No es que era medio palestino? ¿Cómo están las exportaciones de textiles, señor Abugattás?
¿Y el señor Mufarech está de acuerdo con la ruleta de las balas israelíes? ¿O sólo hay tiempo para hacerse la cara de nuevo?
¿Y los Saba? ¿Tampoco tienen nada que decir? ¡Pues qué bien que lo dicen!
Y así sucesivamente.
¿Es que en el Perú ya está la Fox News?
El silencio de la mayor parte de los periodistas tiene una explicación servil.
Pero el silencio de los poetas y de las poetas, como se dice ahora, es un estruendo mudo, una afonía oportunista, una manera de congraciarse con lo peor.
En Gaza los niños son bombardeados.
En el Perú los niños pueden morir más despacio, en la cámara lenta de la tuberculosis y la anemia, caídos por el plomo de La Oroya.
En Gaza y en el Perú, en suma, los niños se mueren por causas evitables.
Pero a los intelectuales eso no les importa.
A los poetas y a las poetas no les importa.
A los novelistas que no han leído a Arguedas pero adoran a Bayly les importa menos.
A toda esa tribu la convencieron de que si su obra se metía con la realidad, entonces la realidad se metería con ellos y con ellas.
Y entonces nada de críticas arregladas en el dominical de “El Comercio”. Nada con la mafia malogradaza de los cuetos. Nada con postular a becas de los Estados Unidos, donde viven los faverón y despachan los viejos que el sistema desbravó hace un montón de años.
Por eso es que en mucho de lo que se publica, todo parece de cartón o mineralizado, abstracto hasta la desaparición del hombre, amoratado a golpes de evasión.
El sistema les dijo: no se contaminen y ellos no se contaminaron. Trabajan en quirófanos (donde opera el sistema).
Creen que si una rabia auténtica cruza por su prosa o tensa su poesía, entonces vendrán los viejos amaestrados en Texas y les dirán:
-Hum, suena a poesía social y a populismo literario. Mala cosa.
Y entonces tendrán que guardar sus pasaportes y sus venias.
Por eso odian al pobre de Juan Gonzalo Rose, que amó tanto a los demás que su poesía parece un parque para enamorados, un asilo, un colegio que sirve de refugio, un templo de la cólera.
Y por todas estas razones estos muchachos creen que hablar de Gaza infecta y hablar de la pobreza impertérrita te vuelve anecdótico y hablar de las mentiras de la aldea global ensucia lo que debe parecer siempre aséptico y salido de un laboratorio de palabras.
¿Qué ensucia Gaza, en realidad?
No ensucia nada.
Porque la página en blanco –blanca como un mandil desinfectado- sigue en blanco después de ser llenada con esas frases que son como las buganvilias estériles y que están hechas para entusiasmar a los que creen que escribir es una manera de hacerse con un puesto en la cola de las visas.
Páginas que se quedan en blanco. Páginas en blanco que están más en blanco que nunca cuando son editadas (y aplaudidas por la crítica políticamente correcta).
Páginas blancas, pálidas de miedo.
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