domingo, 14 de septiembre de 2008

JUAN CRISTOBAL; PARA OLVIDAR LA MUERTE



SE VENDE EN LA LIBRERIA HORIZONTE EN LOS PORTALES DE LA PLAZA SAN MARTIN


DECLARACION

Este es el principio final de mi destino
la declaración permanente e invariable de mi vida
la transparente oscuridad agonizante de mis versos
la debilidad atroz de mis deseos y anhelos cotidianos
convertidos en una fórmula de amor y en una ganzúa
sin remedio
esperando desde la tosquedad de mis recuerdos
la cruz eterna y congelada del olvido
pues todo lo he dejado en manos de los ríos
en la razón absurda y obsesiva de mis huellas
y tú lo sabes bien extranjera andrajosa de mi vida
vampiresa girando sobre la propia cola de tus nidos
aquí todo termina como en la carne apagada del sosiego
como en estos muros oscuros y hediondos del delirio
pues mis ojos / como los ves /
acaramelados e infantiles y cabalgando como locos
en las llanura interminables de la luna
con sus irracionales y corrosivas pesadillas
son –junto a mi dolor-
la verdadera temperatura de la tierra
la savia destrozada y agujereada de las pulgas
la ceguera inútil convertida es magro tesoro de mi pena
es decir el animal perseguido y descuajeringado
entre los fuegos y musgos inertes de las piedras
saliendo de su ausencia y clamando por su culpa
por su mea culpa por su santísima culpa
y sin embargo fabricando millones de sueños y penurias
por amor a tantos horrorosos juegos insensatos de la muerte
como éste que véis aquí incorporado a los gemidos
mientras se mece entre las rosas crudas de los besos
y las plumas leves y aleves de los días


EXILIO

viví en cuartos oscuros y pocos conocidos
amé amores grises soledades terribles
botellas solitarias y peligrosamente vacías
y todo por qué / por amor al mar
y a la alegría cuarteada y pequeña de mis hijos
mi alma se hizo así tibia sorda ruinosa
sin ningún gesto o incipiente o regustado destino
fue cuando empecé a conocer
el lado oscuro grotesco e inaccesible de las gentes
el temor a esa novia que después de las fiestas me decía
en una playa solitaria:
“cuando veas otra vez el amanecer
llorarás sobre mi hombro y tus manos volverán a ser
el carbón apagado del otoño”
por lo que la inseguridad creció
como un pellejo misterioso en mi pecho
y me asombró y me llenó de tantas alimañas en la noche
que no supe qué hacer con las heridas y vaivenes del cielo
con los peldaños oxidados de mis ojos
con la piedad ensangrentada de mis pasos
que a veces se me aparecían entre las voces
sepultadas de la casa
y me acusaban de miles de cosas que no era
y si bien el tiempo fue sencillo tierno generoso
y a veces curiosa y salvajemente maravilloso
(sobre todo cuando me embriagaba con los carteros en el río)
otras veces se asemejaba a un prostíbulo cerrado
al espejo roto y destrozado en las malezas de la envidia
al infierno inacabable en los latidos estériles de mi boca
por lo que decidí regresar a mi guarida
y enfrentar a lo que fuese / al sol por ejemplo
cuando aparecía y desaparecía en el horizonte injusto
o innoble de la hoguera
al son de esa música aterida y secreta de los locos
pero cuando llegué y fui donde los amigos
a recordar nuestras infancias
nuestros partiditos de fútbol en la tarde
nuestras mentiras encendiéndose como murciélagos en el pasto
cuál no sería mi sorpresa cuando todos me humillaron
entregándome –por un plato de lentejas
y unos cuantos frijolitos en otoño-
a los verdugos más ciegos y salvajes del peligro
por lo que temblé y dejé de soñar
como los canarios inaccesibles de los niños
especialmente cuando me gritaban y pateaban
y puteaban en la celda
mientras mi madre (cuyos días
por culpa de su esposo
se parecían
a esa cueva atosigada de moscas y lagartos)
desfallecía como una flor en el agua
en lucha indesmayable por su vida

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