7 ENSAYOS: 80 AÑOS DE JUVENTUD
(WINSTON ORRILLO)
"Nos negamos a considerar solamente la calidad de la obra,
separándola o diferenciándola de la calidad del hombre".
"El trabajo intelectual cuando no es metafísico, sino
dialéctico, vale decir histórico, tiene sus riesgos. ¿Para
quién no es evidente, en el mundo contemporáneo, un
nuevo género de accidentes de trabajo?".
"A la revolución, los artistas y los técnicos le son tanto más útiles, cuanto más artistas y técnicos se mantienen".
JCM
La conmemoración del 80º Aniversario de la edición de los 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, obra cimera de nuestro Amauta José Carlos Mariátegui, es motivo para recordar que 1928 es, también, el año capital de esa joya ideológica que fue el editorial del II Aniversario de Amauta, número 17, "Aniversario y Balance", publicado en aquella revista no superada, y en la que se produce el esclarecimiento, capital, de la posición de JCM frente al APRA, que se hallaba en el comienzo de su sinuoso camino, hoy meridianamente reconocido; y, asimismo, la expresión de la lucidez respecto a su camino y al sentido de su obra plenamente identificada con el socialismo, lo que ya está, asimismo, planteado en la obertura de 7 Ensayos..
Aquí, en este editorial no muy estudiado, se lee: "Descartemos, inexorablemente, todas esas caricaturas y simulacros de ideologías, y hagamos las cuentas, seria y francamente, con la realidad"
Y, por si fuera poco, para demoler los tercerismos –que anque parezca increíble aún hay algunos que quieren todavía esgrimir- escribe: "En la lucha entre dos sistemas, no se nos ocurre sentirnos espectadores ni inventar un tercer término. La originalidad a ultranza es una preocupación literaria y anárquica"
Llamamos, asimismo, la atención respecto a la lucidez con la que Mariátegui descarta la figura del intelectual, del literato anarcoide que, detrás de esta mascarita muy publicitada, esconde, como lo dirá con todas sus letras, un reaccionario contumaz y domesticado por el Sistema.
Y, como estoque final, casi al mismo tiempo que el cubano José Antonio Mella lo había escrito en su opúsculo ¿Qué es el ARPA, dice el maestro Mariátegui sobre su militancia y sobre el apócrifamente llamado "partido del pueblo":
"En nuestra bandera inscribimos esta sola, sencilla y grande palabra: Socialismo. (Con este lema afirmamos nuestra absoluta independencia frente a la idea de un Partido Nacionalista, pequeñoburgués y demagógico" (Todos los subrayados son nuestros).
Es imposible no mencionar esto porque tanto los 7 Ensayos como aquel enjundioso editorial, convocan temas fundamentales del autor de El artista y la época, y que no siempre son traídos a colación, no obstante su cada vez más palpitante actualidad, máxime en tiempos de fronda como los actuales, y en los que el. rol de la inteligencia deviene cardinal, para hacer frente a la renovada lucha de David contra Goliat, en la que seguimos siendo David y el Goliat está representado por el Establishment, que cuenta con el avasallante blindaje de lo que el comandante Hugo Chávez ha llamado los latifundios mediáticos.
Tiempo el nuestro, además, de tránsfugas y travestis que, especialmente, en el terreno del pensamiento, cambian, ominosamente , sus vestiduras y se ponen al servicio de los enemigos de la humanidad, aunque, mutatis mutandis, pretenden hacerse pasar con los afeites de liberales, objetivos, neutrales, antidogmáticos o…postmodernos.
Pero en el fondo, lo que traen en sus aparentemente inocentes mochilas intelectuales, es la tarea, el propósito de limar los espolones del Amauta, volverlo un pensador de salón, un "científico social", con todas sus limitaciones y fácilmente asimilable en cualesquiera de las escuelas –o escuelitas o modas- ad usum..
Éste es el propósito mayor, y lo apreciamos en algunos de los expositores especialmente en uno de los foros internacionales convocados para la reciente conmemoración del 80º Aniversario de la edición del libro que comentamos.
Allí menudearon despropósitos como el Mariátegui heterodoxo, trotskista, socialista domesticado, insuficientemente documentado, lector a medias del marxismo, y otras especies, entre la que anduvo lo de posmoderno ; en fin todo aquello idóneo para volverlo un autor del "fin de la historia" o del "fin de las ideologías", que es la misma caricatura.
Mariátegui, para comenzar, en el esclarecedor introito de la obra, cuyos 80 años celebramos, se presenta, diáfano, con toda la sangre en las ideas –según el decir nietzscheano- pero , además, unimismando pensamiento y vida, idea y acción, como una sola cosa, "un único proceso".
Obra la suya que él sabía inacabada –como la vida misma- sus 7 Ensayos, sin embargo, se convirtieron en tea e ícono de un modo de pensar y de vivir, de luchar y de escribir, de ser político, en el sentido casi religioso –es un decir- como él lo planteara.
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Por eso nos interesa rescatar el del papel del intelectual, y de la imbricación que tienen vida y obra en el devenir de un escritor como Mariátegui que, de este modo, se yergue como un paradigma para la edificación de esa intelectual que necesitamos acompañe la lucha por el cambio social.
Fiel a su cuna pobre, JCM cumple el deber de maestro, de "Amauta" de la clase obrera peruana, a la que dicta lecciones magistrales en la Universidad Popular "González Prada", informa mediante su periódico Labor, y ayuda a culturizarse con la creación de la "Oficina de Autoeducación Obrera".
Él, sin dejar de ser el intelectual de nota reconocido hoy mundialmente, es también, indiscutiblemente, el que cumple el deber de organizar al proletariado peruano, al que agrupa en su Primera Central Sindical Clasista, la CGTP, y cuya vanguardia más esclarecida incorpora en la fundación del Partido de la Clase Obrera, el Partido Socialista Peruano, afiliado a la III Internacional, con ideología marxista-leninista, y que luego será el PCP.
Es decir, en su radiosa época de madurez, hay que expresarlo categóricamente, nunca se da en nuestro autor– y aquí está el deber que nos señala-, la visión de lo literario alejada del contexto social en el que nace. Nunca hay, en él, una consideración meramente esteticista de la literatura.
Y en el libro que homenajeamos, al ocuparse de González Prada, escribe: "como lo denunció GP, toda actitud literaria, consciente o inconscientemente e, refleja un sentimiento y un interés políticos. La literatura no es independiente de las demás categorías del espíritu." Fue el mismo autor de Horas de lucha, el que "percibió bien su inteligencia el nexo oculto, pero no ignoto, que hay entre conservatismo ideológico y academismo literario".
En lo mejor del Amauta, pues, se nos indica la imposibilidad de separar al político del artista; es más, podríamos decir que la grandeza de la acción política del intelectual, se sustenta en el poderoso sentido vital, creador, que su amor incoercible al arte le infundía.
Mariátegui emplea al arte –claro que con sus medios específicos: véase el epígrafe- como un arma decisiva en la misión más alta de su existencia: que era la de servir a su pueblo para liberarlo y fundar un hombre nuevo.
Sin ser un escritor "profesional" en el estrecho y limitativo sentido que al término han dado autores como Vargas Llosa; y sin espurios estudios en las apócrifas instituciones culturales de su tiempo (una Universidad medieval y reaccionaria por antonomasia), quizá por eso mismo, el autor de La escena contemporánea, cumple y nos señala el deber de abarcar más ampliamente la ancha, rica y convulsa urdimbre de su época.
En ese sentido, resulta paradójico que JCM devenga, según Adalbert Dessau, en el "fundador de la ciencia y la crítica literarias marxista en América Latina".
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De este modo, la obra de Mariátegui, y especialmente los 7 Ensayos. nos marcan el rumbo para seguir persiguiendo el paradigma del hombre nuevo, del nuevo escritor que, en nuestras dolorosas repúblicas de América (Martí dixit), rescatan una rica tradición de autores que, en el presente y en el pasado, han hecho en América, y en el llamado Tercer Mundo, obra literaria vinculada cardinalmente a las luchas de sus pueblos, a sus impostergables tareas políticas. Bastaría, en el pasado, citar los nombres de Lizardi, Belllo, Echevarría, Mármol, Melgar, Cristo Botev y Petofi; y, en el presente, los de Neruda, Ho Chi Minh, Mao, Heraud, Leonel Rugama, Francisco Urondo, Nicolás Guillén o Agostinho Neto.
El poeta, el artista –el intelectual, como se le llama hoy- para Mariátegui, deben enfrentarse a su época, responder a sus retos, y, caminando del brazo con el pueblo –que es su más genuino venero- ascender a la más alta categoría humana, que es la del revolucionario, según el planteamiento del Guerrillero Heroico, Comandante Ernesto Che Guevara.
Por ello, su obra será un poderoso acicate, un activo agente de transformación social; y la poesía y la literatura que produzcan, no se limitarán a reflejar o interpretar la realidad, sino que aspirará a cambiarla.
Por eso, para JCM, la gran obra es la que parte del pueblo y vuelve hacia él, tal como lo formulara su admirado César Vallejo: "Todo acto o voz genial viene del pueblo, y va hacia él".
Y, asimismo, el libro y la obra toda de Mariátegui, es una continua enseñanza, es un dotar a sus lectores de armas ideológicas absolutamente necesarias para el desenvolvimiento y la construcción de la nueva sociedad.
Característica de nuestro autor es hablar siempre claro. Léamoslo, nuevamente:
"Hispano-América, Latino-América, como se prefiera, no encontrará su unidad en el orden burgués. Ese orden nos divide, forzosamente, en pequeños nacionalismos. Los únicos que trabajamos por la comunidad de esos pueblos, somos, en verdad, los socialistas, los revolucionarios…A Norte América sajona le toca coronar y cerrar la civilización capitalista. El porvenir de América Latina es socialista."
La literatura, la creación en sí, deberán ser, de este modo, como elementos inmejorables para la acción, para la praxis transformadora de la sociedad.
Deberes de los artistas e intelectuales son, para nuestro Mariátegui, "participar activamente en la lucha de sus pueblos", lo que se resume en ese conocido pensamiento de nuestro autor: "Abandonar a los humildes, a los pobres, en su batalla contra la iniquidad, es una deserción cobarde".
Todo lo anterior dentro de un respeto profundo y una amplia y generosa comprensión de los fueros específicos del arte y la literatura. Bastaría citar el particular aprecio de José Carlos por las obras de Martín Adán y José María Eguren, para confirmar lo que hemos expresado..
El arte nuevo, el arte revolucionario, nacerán de la nueva sociedad en formación, y a la cual, al mismo tiempo, este arte está ayudando a edificar. Para Mariátegui el arte literario nuevo "será producido por hombres de una nueva especie" y representará "un síntoma de la plenitud del orden social".
Hacer la revolución, de este modo, deviene en el deber superior que conducirá, como requisito sine qua non, para el surgimiento de una literatura y un arte nuevos. Literatura y revolución, conceptos que se imbrican y se correlacionan dialécticamente.
De la destrucción revolucionaria del viejo orden, nacerá una sociedad y un hombre nuevos que producirán la literatura y el arte que, dentro de todos los otros elementos de la cultura humana, serán factores decisivos para que se consolide la vida realmente colectiva, realmente socialista.
Por eso vale la pena releer esta cita magistral de los 7 Ensayos, en la que explica –y desmitifica- al llamado "colonialismo supérstite" en las letras nacionales, y que es uno de los temas fundamentales de esta obra magna:
"La literatura de un pueblo se alimenta y se apoya en su substratum económico y político. En un país dominado por los descendientes de los encomenderos y los oidores del Virreinato, nada era más natural, por consiguiente, que la serenata bajo sus balcones. La autoridad de la casta feudal reposaba, en parte, sobre el prestigio del Virreinato. Los mediocres literatos de una república que se sentía heredera de la conquista, no podían hacer otra cosa que trabajar por el lustre y brillo de los blasones coloniales."
De allí las características de esa literatura colonial:
"La flaqueza, la anemia de nuestra literatura colonial y colonialista, provienen de su falta de raíces. El arte tiene necesidad de alimentarse de la savia de una tradición, de una historia y de un pueblo. Y en el Perú la literatura no ha brotado de la tradición, de la historia del pueblo indígena. Nació de una importación de la literatura española; se nutrió luego de la imitación de la misma literatura: un enfermo cordón umbilical la ha mantenido unida a la metrópoli".
Por eso los pocos que se salvan y apuntan al presente los "los que de algún modo tradujeron al pueblo". Melgar por ejemplo.
Según el ya citado A. Dessau, Mariátegui entendió que "era vital para el movimiento revolucionario, hacerles comprender (a los intelectuales) la problemática total del proceso revolucionario en el Perú. Y por eso su insistencia en el deber del intelectual con la política, en la política.. En consecuencia, los trabajos de Mariátegui, incluso los que versan sobre literatura sirven para forjar la unidad de las fuerzas revolucionarias de extracción heterogénea, así como para atraer a los intelectuales al movimiento socialista".
Por eso, definitivamente, el papel, el deber que José Carlos señala para la inteligencia, es la de ser revolucionaria. Y todo el resto es…literatura. Leamos, de este modo, como lo esclarece:
"Tras de una aparente repugnancia estética de la política, se disimula y esconde, a veces, un vulgar sentimiento conservador. Al escritor y al artista no les gusta confesarse abierta y explícitamente reaccionarios. Existe siempre cierto pudor intelectual para solidarizarse con lo viejo y lo caduco. Pero, realmente, los intelectuales no son menos dóciles ni accesibles a los prejuicios y a los intereses conservadores que los hombres comunes."
Pero hay más, y todavía en un tono más acerbo e iónico, y al que le caiga el guante, que se lo chante…
"El reaccionarismo de un intelectual, en una palabra, nace de los mismos móviles y raíces que el reaccionarismo de un tendero. El lenguaje es diferente, pero el mecanismo de la actitud es idéntico".
Y, aprovechando el ingreso del querido Miguel de Unanmuno a la liza política, nos indica un paradigma que, por cierto, no ha perdido un ápice de vigencia:
"La inteligencia y el sentimiento no pueden ser apolíticos. No pueden serlo sobre todo en una época principalmente política. La gran emoción contemporánea es la emoción revolucionaria. ¿Cómo puede, entonces, un artista, un pensador, ser insensible a ella? ¡Pobres almas ramplonas, impotentes, femeninas, aquellas que se duelen de que don Miguel de Unamuno haya abandonado la solemne austeridad de su cátedra de Salamanca para intervenir, batalladora y gallardamente, en la política de su pueblo! Nunca la personalidad de Unamuno ha sido tan admirable, tan mundial, tan contemporánea y tan fecunda".
Y terminamos con estas citas sobre la España popular, no la conservadora ni retrógrada, cuando, igualmente, releva el papel que cumple Jiménez de Asúa, otro paradigma del tema de nuestro punto de vista sobre el deber de la inteligencia:
"Pero Jiménez de Asúa, como don Miguel de Unamuno…pertenece a un tipo de intelectuales que no entienden los deberes de la inteligencia restringidos a un plano profesional, sino extendidos a la defensa de todos los valores de la civilización que no se reducen ciertamente, a la ciencia, la cátedra y el arte."
Finalmente, concluimos en que el deber máximo que nos señala el autor de los 7 Ensayos, es el de ser fieles a nuestra época, a sus anfractuosidades, a sus vicisitudes:
"Ningún gran artista ha sido extraño a las emociones de su época. Dante, Shakespeare, Goethe, Dostoiewsky, Tolstoi y todos los artistas de análoga jerarquía ignoraron la torre de marfil. No se conformaron con recitar un lánguido soliloquio. Quisieron y supieron ser grandes protagonistas de la historia".
Por eso la especie del apoliticismo, difundida y auspiciada por la burguesía y el capitalismo de todo jaez, es dinamitada con estas palabras irrefutables del fundador de la CGTP::
"El grande artista no fue nunca apolítico. No fue apolítico el Dante. No lo fue Byron. No lo fue Víctor Hugo. No lo es B. Shaw. No lo es Anatole France. No lo es R. Rolland. No lo es G. Dannunzio. No lo es M. Gorki, El artista que no siente las agitaciones, las inquietudes, las ansias de su pueblo y de su época, es un artista de sensibilidad mediocre, de comprensión anémica".
El quid ,pues, está en el deber de la participación política del intelectual, máxime en estos tiempos grávidos; claro que pretextos para la política de avestruz no faltan. Veamos la respuesta:
"La política les parece (a los intelectuales) una actividad de burócratas y de rábulas. Olvidan que así es tal vez en los periodos críticos de la historia, pero no en los periodos revolucionarios, agitados, grávidos, en que se gesta un nuevo estado social, una nueva forma política. En estos periodos, la política deje de ser un oficio de una rutinaria casta profesional. En estos periodos, la política rebasa los niveles vulgares y domina todos los ámbitos de la vida de la humanidad".
7 Ensayos es un libro joven: véase la cantidad de reflexiones que nos ha motivado: es, él, la tribuna del pensamiento capital de un pensador orgánico, de aquel hombre que solo vivió 35 años próvidos y que nos enseñó que nuestro deber máximo era crear un Perú nuevo dentro de un mundo nuevo.
Y cuyo treno aún sigue resonando en el Perú del siglo XXi y lo seguirá par saecula saeculorum:
¡Peruanicemos al Perú!
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