lunes, 17 de noviembre de 2008

Rv: Noviembre. En defensa del patrimonio. Plan Lector



--- El dom, 16/11/08, Danilo Sanchez Lihon <inlecperu@gmail.com> escribió:
De: Danilo Sanchez Lihon <inlecperu@gmail.com>
Asunto: Noviembre. En defensa del patrimonio. Plan Lector
Para:
Fecha: domingo, 16 noviembre, 2008 11:00



 
 
  
INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA
INLEC DEL PERÚ
Y
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
 

EN DEFENSA
DEL
PATRIMONIO
 
 
PLAN LECTOR
PLIEGOS
DE LECTURA

 
PUERTAS
ETERNAMENTE
ABIERTAS

Danilo Sánchez Lihón
 
 
1. En sus resquicios unas flores pequeñas

¡Ah, de aquellas puertas que dan a los segundos y terceros patios, ajustadas por los adobes, en estas casas ya deshabitadas que se han ladeado y cedido hacia un costado por la incuria, la lluvia y el peso de los años!

Puertas que ya nunca se abren, bien sea porque se ha rajado y vencido el dintel, o bien porque las tempestades inclementes han abombado la madera de tal modo que han quedado para siempre aprisionadas. Cerradas definitivamente no por el artificio de una llave sino por el dictamen fatal del destiempo y del destino. Del paso de los adioses y despedidas, o del olvido aleteando `por este cielo.

Pero ¡ah capricho de la suerte!; son puertas en donde todo empieza a florecer: donde la vida como nunca en otra parte se prodiga. En sus muros las mostazas y retamas. Y al pie de ellas mismas las quietas siemprevivas, las clavelinas sumidas entre los abrojos. Y en sus resquicios unas flores pequeñas perfumadas como si quisieran consolar con su aroma gratuito la tristeza y la vejez de este sitio abandonado por quienes aquí habitaron.
 
 
2. Ella misma dejó que cayese sobre sí el olvido

El morir de las puertas es el peor de los morires, porque con ellas muere una época, una generación de personas, y hasta un modo de vivir.

Cuando una puerta se sepulta, como es el caso de ésta que ahora miro y palpo arrobado, es muerte por mano propia no de uno sino de muchos, es un suicidio colectivo.

Y es porque ella misma, luego de esperar vanamente que regresen las manos del varón o la mujer de la casa, o del hijo que aquí se criara, ¡o por último de cualquier pariente persuasivo, sea que tenga la mano firme o trémula, incluso sea que esté vivo o esté muerto, porque se puede volver ya muertos, dejando que el tiempo en su turbión la arrastre al no ver a nadie entrar por aquel vano ni siquiera asomarse por el muro ya en espíritu a mirarla.

¡O de los niños ilusos que la rescaten del olvido! Nada de eso hubo. Entonces ella misma dejó que cayese sobre sí el olvido. Ella misma decide condenarse, clausurándose para siempre.
 
 
3. Leves pasos de los gorriones deambulantes

Para eso, deja ladearse los adobes de encima, o cimbrarse la viga que se sostiene sobre ella, teniendo como cómplices de su decisión absoluta a la lluvia, al sol y hasta a la luna nocturna que no quiere que se sienta más abandonada.

Y la cubre. Y la neblina disoluta la oculta para que se desahogue y llore a sus anchas. Para que se deshaga si quiere en suspiros.

Y la tierra la ayuda, no la tierra como lar o terruño sino como bola redonda de agua, de desiertos y montañas, que con sus leves temblores de achacosa y desvalida va haciendo que afloje sus junturas y se vaya quedando quieta, pasiva y deje de llorar tanto.

Y como cómplices tiene hasta a las flores que con su presencia, consuelo y su morir juntas y hasta antes de ella, más la hieren y lastiman.

Allí es cuando la puerta se olvida o acuerda de sí misma y se entierra bajo montículos de arcilla de los adobes aún empeñosos, pero nada atiende ni quiere, bajo nubes, aguaceros y relámpagos, para ser pisoteada por los leves pasos de los gorriones inconscientes que buscan hacer sus nidos en los lugares inhallables.
 
 
4. Han quedado en el centro de dos vacíos

Puertas visitadas sólo por libélulas lastimeras –que no piensan en otra cosa que en sus propios amoríos– quedando así las puertas y sus traspatios en su mudez y en su autoimpuesto silencio y castigo.

Quedan colgando sus armellas impenitentes y algún vago suspiro que escapa eternamente entre las rendijas de sus tablones susurrantes. ¿Quién lo dio? O una niña que tenía la vida por delante o un anciano que moría.

Puertas que conservan algunos grumos de pintura verde entre sus jambas apolilladas. ¡Y el señuelo de algún amor inconfesado entre sus dos hojas ahora desiguales!

¡Porque el mundo no pesa parejo sino que siempre se inclina hacia un lado!
 
 
5. Es resuello y suspiro que se ahoga

Puertas que ya no dan a nada, que han quedado en el centro de dos vacíos, pero que probablemente alguna vez dieron hacia un corredor o a una sala donde se cantaba, se soñaba y se amaba.

O simplemente, se dejaba transcurrir la vida, ¡lo cual ya es bastante!

Un lugar que abre paso ya no a un solar cotidiano hacia el cual se entra y se sale, sino que nos lleva con su cerrazón definitiva ¡no sabemos hacia dónde!

¡Ni a qué, ni por qué!

Puertas que nos llevan a una región embargada por no sabemos qué misterios ni obedeciendo a qué premoniciones.

Estas entonces ya no son puertas. Son resuello y suspiros que se ahogan.
 

 
6. El calor y el temblor de las manos  

En las puertas y en las paredes sin vida de las casas vacías ¿acaso no han quedado escondidas las manos de quienes la erigieron?

Y, ¿hasta las voces llenas de dicha de los que iban y venían con sus ilusiones por sus pasadizos y escaleras inconclusas cuando era aún la casa querida?
Ellas, las puertas, son mudos testigos.

En su aire impalpable ha quedado la imagen de la niña peinándose para salir al encuentro del amado.

También desgraciadamente la soledad de quienes no se sintieron aceptados ni queridos.

Se oyen los pasos fugaces de las sombras que aquí habitaron, el calor y el temblor de las manos en los pocos objetos que yacen esparcidos, las muescas y chancaduras que en su momento pudieron parecer actos fallidos y que eran para que queden huellas de la vida en este turbión que todo lo devora y sumerge en el abandono.
 
 
7. El fulgor de los ojos que en ella se posaron  

Son registros, signos y salvavidas los que están grabados en los utensilios de la vida que fue pasada pero que aún aquí está por lo menos como reflejo espejeante en el aire translúcido de la tarde.

O bien es una tasa desportillada.

O bien es un rasguño en la silla.

O bien es una mancha en la mesa que registra por lo menos el fulgor de los ojos que en ella se posaron.

Aquí está registrada en leves señales todo lo que la vida nos depara. Pero aquello que se afanan y ya no pueden guardar, ¿a dónde va?

Lo que se les desborda, ¿dónde mora?

Lo que se les arruina ya en este plano de guardar los vestigios, ¿ya jamás lo reparan?
 
 
8. Allí imprevisto un panal de rica miel,
¡fresca, olorosa y dorada!

Es este el peso efectivo por lo que las puertas caen y no los adobes que pesan o el dintel que se tuerce.

En su lucha fragorosa con el olvido la razón por la cual las puertas se tapian, enmudecen y al correr de los años se desmoronan, es esa.

Es la carga de tanta vida, de tanta alma estupefacta, de tanto adiós lo que inclina sus techumbres.

Son los recuerdos que guardan y los olvidos aquello que doblemente inclinan sus espaldas y ponen llorosos sus ojos.

Y como ironía, a la hora en que intento abrirme paso por una de ellas  encuentro detrás de uno de sus tablones allí imprevisto un panal de rica miel, ¡fresca, olorosa y dorada a la luz de la mañana!
 
 
 

 
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