miércoles, 26 de noviembre de 2008

Cesar Hildebrandt: Pensando en Gramsci

Los que odian pensar y piensan, con odio bacteriano, que las cosas
deben de seguir tal como están (es decir, sin administrarle al
paciente los respectivos antibióticos contestatarios), profesan un
particular odio en contra de Antonio Gramsci.

Y es que Gramsci les hizo más difícil la tarea a todos los
inmovilistas. Fue uno de los marxistas que más contribuyó a darle a la
burguesía y a la democracia formal y despiadada donde más les podía
doler: en la esencia de su poder.

Mientras muchos pensaban en acumular fuerzas, Gramsci se dedicó a
pensar en el porqué era tan difícil cambiar las cosas y en lo poco que
eso tenía que ver con los mítines multitudinarios, la lucha armada y
los apasionamientos voluntaristas.

Y pensó siempre y siempre lo hizo en las circunstancias más hostiles.
Hijo de muy pobres, víctima de una enfermedad que le impidió crecer y
lo jorobó, tan frágil de salud como monumental en carácter, Gramsci
fue el niño becario que se esforzó hasta conmovernos, el adolescente
que tuvo que interrumpir la secundaria para trabajar, el universitario
otra vez becado gracias a su talento y, por último, el constructor del
Partido Comunista italiano y el profeta de un marxismo no lóbrego ni
sectario que fue el que cautivó a José Carlos Mariátegui y que fue el
que el marxista peruano habría adoptado si hubiese vivido durante el
estalinismo de los gulags.

Curioso esto de Mariátegui y Gramsci: ambos periodistas, ambos
víctimas de un hándicap físico, ambos procedentes de la pobreza, ambos
magníficos prosistas, ambos de mentalidad abierta, ambos marxistas,
ambos casados con bellas mujeres y ambos fundadores de sendos partidos
comunistas.

Me dirán que la diferencia era que allá era Mussolini y aquí Sánchez
Cerro y que allá Gramsci discutía con Palmiro Togliatti mientras que
aquí Mariátegui lo hubiese tenido que hacer con Eudocio Ravines y que
allá había que demoler a Croce y aquí a Sánchez y sí, todo eso es
cierto. Pero también es cierto que aquí o allá el fascismo llega con
los soponcios y los sustos y los desmayos y que las balas siempre son
de plomo y matan sin importar el hemisferio.

Porque la verdadera aldea global fue y será la de la violencia en
contra de los débiles.

El asunto es que Gramsci se tuvo que sobreponer a todo para hacer lo
que hizo. Y aunque sólo vivió 46 años –once de los cuales, los
últimos, los pasó en la cárcel gracias a Mussolini-, fue el que
descubrió que el poder que la injusticia llama orden y el orden que
necesita de la injusticia para imponerse, ese poder y ese orden,
vienen del campo de las ideas, los valores, la información.

Y a todo eso llamó, en varios de sus cuadernos carcelarios, "bloque
hegemónico", es decir la red compleja que los de arriba tejen para que
los del medio y los de abajo crean y no duden de que lo que están
viendo es "la única realidad posible". En esta vasta operación, claro,
interviene el nacionalismo como trinchera supuestamente común, la
iglesia como administración del miedo, la prensa como pedagogía de la
resignación, la cultura como parte del orden que dice no representar y
los intelectuales avenidos como declamación y prestigio.

Gramsci fue el primero que descubrió que era en el mundo de la
comunicación donde se librarían las grandes batallas del futuro. Si no
se hubiese muerto de tuberculosis el 27 de abril de 1937 y pudiese ver
lo de estos tiempos, tendría que admitir que la derecha está ganando
el partido por varios murdoch, un montón de mercurios, un puñado de
berlusconis.

Gramsci rabiaría de ver lo que hoy se ve. Y quizá lo primero que haría
sería preguntar por Bettino Craxi, el socialista ladrón tan conocido
en el Perú por sus contactos del más alto nivel. Gramsci querría
abofetearlo.

¿Y por qué escribo sobre Gramsci?

Porque justo ayer un prelado del Vaticano ha dicho que, en sus últimos
días, sabedor de que se moría, Gramsci se reconcilió con Dios y hasta
tuvo cerca una estampita de Santa Teresita del Niño Jesús.

Por supuesto que en la Fundación Antonio Gramsci han dicho que eso es
una mentira.

A mí me parece una venganza tardía o, por lo menos, una versión de
parte. Me gustaría preguntarle al sacerdote Luigi De Magistris, que
así se llama el autor de este chisme eclesiástico, si de verdad jura
por los tres pastores de Fátima que lo que dice es cierto.

Si me dice que sí, que sí jura, sabré que está mintiendo.

--
Luis Anamaría http://socialismoperuanoamauta.blogspot.com/
http://centenariogeorgettevallejo.blogspot.com/
http://socialismoperuano.blog.terra.com.pe/

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