Mario Vargas Llosa ganó el premio Nobel de Literatura: el Perú y la libertad celebran
El máximo reconocimiento académico le había sido esquivo al mejor escritor de las letras peruanas desde hace varios años
(DPA). El escritor peruano Mario Vargas Llosa
obtuvo hoy al fin, a los 74 años, el premio para el que fue eterno
candidato año tras año desde la década de 1980, pero que siempre se le
había escapado, al punto que muchos creyeron que ya jamás lo lograría.
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Paradójicamente, el Nobel le llegó al peruano Mario Vargas Llosa cuando ya su presencia en la lista de candidatos parecía rutinaria y marginal, pese a que sigue en pleno vigor intelectual y a que mantiene esa producción entusiasta en la que parece abarcar todos los géneros. Su nueva novela, El sueño del celta, llegará a las librerías el 3 de noviembre.
El rumor mundialmente extendido, aunque por lógicas razones nunca confirmado, es que al peruano no se le negaba el Nobel por falta de méritos literarios, sino por la controversia que genera su credo entusiasta, ortodoxa y militantemente liberal.
El escritor nacido en la ciudad andina de Arequipa en una familia de clase media es un liberal sin titubeos. La diplomacia intelectual no va con él y no suele ahorrar adjetivos cuando de atacar o elogiar se trata. En 1990 quiso llevar toda esa teoría a la práctica y fue candidato por la derecha a la presidencia de Perú, pero todo terminó con una aparatosa derrota en las urnas.
Pero no siempre fue así: Por la década de 1950, el entonces futuro autor de “La casa verde”, “Conversación en la catedral” o “La fiesta del chivo”, era izquierdista. Quienes lo conocen de entonces, dicen que más que marxista era un liberal radical, en el sentido revolucionario y progresista de esos años.
Lo cierto es que incluso fue miembro de una célula clandestina del Partido Comunista y que admiró y defendió la Revolución Cubana como prácticamente toda la intelectualidad latinoamericana de esas épocas.
La ruptura se produjo en la década de 1970. En medio del despegue del “boom”, dejó atrás “todo lo que significa dogma y exclusivismo ideológico”. Criticó a Cuba, consideró al socialismo enemigo de la libertad y abrió su mente a ideas liberales de derecha. Los amigos se alejaron y de la época data el derechazo a la mandíbula que lo enemistó por siempre con el colombiano Gabriel García Márquez, quien lo antecedió en 28 años en el Nobel.
Tras la derrota electoral de 1990, Vargas Llosa fue un furibundo opositor del régimen autoritario de Alberto Fujimori. Fue una etapa en que se le persiguió y en la que adoptó una segunda nacionalidad, la española, una marca en la traumática relación de casi amor-odio que ha tenido por momentos con su país natal.
“La política es muy ingrata, suele sacar lo peor de las gentes a luz y eso lo comprobé justamente en los años que estuve embarcado en una aventura política. Fui objeto de muchos ataques, de campañas que eran terriblemente injustas”, recordó años después Vargas Llosa, quien, alejado de las plazas, sigue sin embargo empuñando la pluma contra “caudillos bárbaros” como Hugo Chávez y Evo Morales.
El Nobel ayuda a consolidar el nombre de quien en 1963 recordó sus años en el colegio militar de Lima y escribió una ópera prima, “La ciudad y los perros”, primera piedra de una carrera que ya se había comenzado a perfilar en el periodismo ejercido desde la adolescencia.
Vargas Llosa está casado en segundas nupcias con su prima Patricia Llosa (la primera boda fue con su tía Julia Urquidi, amor plasmado en “La tía Julia y el escribidor”) y tiene tres hijos. Intelectual “puro”, amante del teatro, del cine y de los clásicos, la razón queda sin embargo de lado si se trata de querer a su equipo de fútbol, el Universitario de Lima.
Ganador de premios como el Cervantes, el Príncipe de Asturias, el Planeta o el Rómulo Gallegos, y doctor Honoris Causa de universidades americanas, asiáticas y europeas, en su vitrina faltaba sin embargo el Nobel que ahora tendrá.
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Paradójicamente, el Nobel le llegó al peruano Mario Vargas Llosa cuando ya su presencia en la lista de candidatos parecía rutinaria y marginal, pese a que sigue en pleno vigor intelectual y a que mantiene esa producción entusiasta en la que parece abarcar todos los géneros. Su nueva novela, El sueño del celta, llegará a las librerías el 3 de noviembre.
El rumor mundialmente extendido, aunque por lógicas razones nunca confirmado, es que al peruano no se le negaba el Nobel por falta de méritos literarios, sino por la controversia que genera su credo entusiasta, ortodoxa y militantemente liberal.
El escritor nacido en la ciudad andina de Arequipa en una familia de clase media es un liberal sin titubeos. La diplomacia intelectual no va con él y no suele ahorrar adjetivos cuando de atacar o elogiar se trata. En 1990 quiso llevar toda esa teoría a la práctica y fue candidato por la derecha a la presidencia de Perú, pero todo terminó con una aparatosa derrota en las urnas.
Pero no siempre fue así: Por la década de 1950, el entonces futuro autor de “La casa verde”, “Conversación en la catedral” o “La fiesta del chivo”, era izquierdista. Quienes lo conocen de entonces, dicen que más que marxista era un liberal radical, en el sentido revolucionario y progresista de esos años.
Lo cierto es que incluso fue miembro de una célula clandestina del Partido Comunista y que admiró y defendió la Revolución Cubana como prácticamente toda la intelectualidad latinoamericana de esas épocas.
La ruptura se produjo en la década de 1970. En medio del despegue del “boom”, dejó atrás “todo lo que significa dogma y exclusivismo ideológico”. Criticó a Cuba, consideró al socialismo enemigo de la libertad y abrió su mente a ideas liberales de derecha. Los amigos se alejaron y de la época data el derechazo a la mandíbula que lo enemistó por siempre con el colombiano Gabriel García Márquez, quien lo antecedió en 28 años en el Nobel.
Tras la derrota electoral de 1990, Vargas Llosa fue un furibundo opositor del régimen autoritario de Alberto Fujimori. Fue una etapa en que se le persiguió y en la que adoptó una segunda nacionalidad, la española, una marca en la traumática relación de casi amor-odio que ha tenido por momentos con su país natal.
“La política es muy ingrata, suele sacar lo peor de las gentes a luz y eso lo comprobé justamente en los años que estuve embarcado en una aventura política. Fui objeto de muchos ataques, de campañas que eran terriblemente injustas”, recordó años después Vargas Llosa, quien, alejado de las plazas, sigue sin embargo empuñando la pluma contra “caudillos bárbaros” como Hugo Chávez y Evo Morales.
El Nobel ayuda a consolidar el nombre de quien en 1963 recordó sus años en el colegio militar de Lima y escribió una ópera prima, “La ciudad y los perros”, primera piedra de una carrera que ya se había comenzado a perfilar en el periodismo ejercido desde la adolescencia.
Vargas Llosa está casado en segundas nupcias con su prima Patricia Llosa (la primera boda fue con su tía Julia Urquidi, amor plasmado en “La tía Julia y el escribidor”) y tiene tres hijos. Intelectual “puro”, amante del teatro, del cine y de los clásicos, la razón queda sin embargo de lado si se trata de querer a su equipo de fútbol, el Universitario de Lima.
Ganador de premios como el Cervantes, el Príncipe de Asturias, el Planeta o el Rómulo Gallegos, y doctor Honoris Causa de universidades americanas, asiáticas y europeas, en su vitrina faltaba sin embargo el Nobel que ahora tendrá.
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