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Introducción
El presente ensayo, andino-caribeño, se propone dar a conocer la importancia y vigencia que desde 1979, año de su fundación por el poeta Mateo Morrison, viene teniendo el "Taller Literario César Vallejo" como principal gestor ya de varias promociones de poetas en la República Dominicana. Observaremos, básicamente, en qué contexto político-literario surgió y qué funciones estético-sociales desempeñó; no es un hecho irrelevante, además, que surgiera bajo el amparo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Cómo llegó a ser --desde mediados de los 80, pero sobre todo durante los 90-- impulsor de lo que uno de sus directores (José Mármol) denominó "poesía del pensar"; hasta su fisonomía y rol actual, bastante venido a menos, que parecería indicarnos haber sido desplazado en relevancia, a nivel nacional, por otros grupos o talleres literarios.
Tenemos la hipótesis que si en los 80 y 90 el “Taller Literario César Vallejo” permitió superar la estética social-realista predominante durante los 60 y 70; existe una muy reciente promoción de poetas que practica algo que nos animaríamos a denominar poesía neo-testimonial, claro que con distinta propuesta estética que los del 70 y en respuesta a un nuevo contexto histórico y cultural (local y planetario). En general, creemos que actualmente en la República Dominicana --tal como en otros países--, se constata un retorno de lo real (Hal Foster) y una suerte de escribir de cara a la complejidad (Edgar Morin).
Fugaz social-realismo
Tal como lo expresa Miguel Antonio Jiménez, actual director del “Taller Literario César Vallejo”, el contexto en que surgió esta iniciativa por parte de la Universidad Autónoma de Santo Domingo es el siguiente:
“Eran tiempos aquellos [1979] de someter el arte a una causa política, perdiendo así la obra de creación la libertad de indagar lo misterioso, lo trivial y lo fantástico [...] Las causas principales fueron la revolución sandinista en Nicaragua y la lucha revolucionaria de El Salvador, causas que substrajeron la sensibilidad de todos los poetas del Taller” (39)
Sus miembros fundadores fueron: “Julio Cuevas, Mayra Alemán, Juan Brijan (Juan Byron), Tomás Castro, Dionisio de Jesús, Plinio Chahín, José Mármol, Miguel Antonio Jiménez, Roberto Reyes, Rafael García Romero, César Cosme Santana y César Zapata” ( Jiménez 40). Citamos, amanera de ejemplo de lo que se producía en el Taller, el siguiente pasaje de “Arrepentimiento”, poema expresamente humano de Juan Byron:
“si me han pegado con varas y sonidos
en mi paso de bestia y en mi glándula
si he fallado si he fallado en mis cantos de esperanza
en mi mano y mi pie y mi ejeada
si he caído en las sílabas del miedo
en mi basca en mi gana y mi alfabeto
me arrepiento de todo, Padre Lenin”
A los que se agregaron luego, en específico desde mediados de los 80, otros jóvenes poetas como: Féliz Betances, Amable Mejía, Nan Chevalier, Ilonka Nacidit-Perdomo, Carmen Sánchez, Claribel Díaz, Basilio Belliard, Frank Martínez, entre otros; e incluso, muy recientemente, algunos destacados jóvenes más, como por ejemplo: Eulogio Javier, Orlando Cordero y Petra Saviñón (Jiménez 42-43). Listado donde podemos identificar, además, algunos nombres que en el presente constituyen lo más representativo de la poesía ilustrada en la República Dominicana.
Mas, volviendo al contexto de creación del “Taller Literario César Vallejo”; hacia aquélla fecha (1979), y con aquel perfil ideológico esbozado por Jiménez más arriba , es fácil percibir que nos hallamos ante un verdadero anacronismo que, casi inmediatamente, sería estética e ideológicamente subsanado. Esto porque, al interior mismo del proceso de la literatura dominicana inmediatamente anterior, ya habían hecho escuchar su voz comprometida los del Frente Popular (a raíz de la invasión norteamericana a la isla en 1965); como, por otro lado, también había podido manifestarse el grupo de los pluralistas abanderados por Manuel Rueda en su famoso discurso de 1974 . En otras palabras, ni ideológica ni, sobre todo, estéticamente el social-realismo canónico era ya viable; forzada o demagógicamente extemporáneo desde su nacimiento estaba, pues, condenado a tener una vida efímera. Esto a pesar de la política cultural rectora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo que, en palabras de Diógenes Céspedes, podría resumirse del modo siguiente:
“El gobierno de la Facultad de Humanidades desde 1966 hasta hoy [1994], ha sido un juego político de alianzas entre dos fuerzas que se han alternado la hegemonía en la UASD: el PRD y la falsa izquierda, como la definió Jiménez Grullón [...] El marxismo vulgar y la teoría de la dependencia han sido la apoyatura de esta concepción instrumental de la literatura en la UASD y en el resto del país” (1994: 238)
La “poesía del pensar”
Por lo tanto, no llama a sorpresa que, más bien pronto que tarde, por reacción frente a este estado de cosas, el Taller fuera invadido y copado por los “poetas del pensar”; grupo al que, a su modo, también alcanza a definir --incluyéndosele-- su mismo director actual: “Ante la generación de postguerra los `80 instauran un índice de complejidad en el discurso que tendrá como contingencia la poética del pensar. Eje generacional diferenciador” (66). Ahora bien, quien quizá nos precisa mejor lo que realmente pasa sea el líder intelectual de esta confrontación contra al social-realismo, el poeta José Mármol:
“La lengua es, con respecto a una nación, su savia espiritual, su sistema simbólico por excelencia, repito con E. Benveniste. Ella funda la historia y el hacer colectivo en todos los planos de los que viven en la sociedad. Y en punto a los aperos de un escritor, ella constituye su materia prima, su instrumental de trabajo y su único horizonte estético y teleológico. Es el principio y fin de su obsesiva y dichosa tarea individual y social” (222)
Por lo tanto, so pretexto de un mayor compromiso con el lenguaje , los poetas del 80 se pasaron a la otra banda. Grosso modo, a militar tras un concepto desencarnado de la realidad y a enarbolar una tesis más bien esencialista de la literatura; para no ahondar en su perfil ideológico francamente conservador. Sin embargo, pensamos que nos hallamos, aunque con distinto discurso, ante dos posiciones igualmente metafísicas. Es decir, aquéllas que representan, en primer lugar, a una flagrante ínfima minoría letrada en un país con un 76% de analfabetismo entre absoluto y funcional (Mateo 269); y, en segundo lugar, aquéllas que constituyen paliativos meramente retóricos de unos poetas que carecen de auténtico espacio de independencia o libertad en la República Dominicana. Al respecto, y aunque refiriéndose a las carencias materiales y educativas de la sociedad del pasado, es probable siga estando vigente --incluso a pesar de su énfasis romántico-- la situación descrita por Federico Henríquez Gratereaux:
“Es por eso que los intelectuales, los escritores, entraban al servicio del gobierno, porque al no haber un marcado desarrollo el principal empleador era el gobierno, y así los escritores quedaron supeditados a la política del gobierno, que como ustedes saben siempre fue un gobierno dictatorial: Santana, Báez, Lilís, Trujillo [...] Eso impidió que se creara un respeto público alrededor del escritor [...] era un hombre al servicio de un programa político, y no tenía libertad” (279)
Por lo tanto, si bien hoy en día los poetas trabajan también en universidades, Ongs y bancos, debemos advertir que en la República Dominicana no está desarrollada todavía, ni mucho menos, su profesionalización; aunque podamos admitir que existe actualmente una relativa emancipación de las imposiciones políticas directas. Esto es particularmente cierto, creemos, en el caso de los emigrados; para nadie es irrelevante que algunos de los poetas dominicanos más importantes hayan escrito temporal o permanentemente desde el exilio. Tal es el caso, por ejemplo, de dos mayores entre ellos: uno vivo, Alexis Gómez-Rosa, exilado unos quince años en Nueva York; el otro recientemente fallecido, Carlos Rodríguez (1951-2001), sin duda extraordinario, y que vivió buena parte de su existencia al oeste del Bronx. En suma, el distanciamiento físico de la isla ha repercutido en un enriquecimiento cultural para muchos escritores, y en particular para los poetas.
Saludo a la novísima poesía dominicana
Aprovechamos la lectura de una breve antología, que aparece en el flamante No 1 de la revista virtual círculo de baba [www.librodominicano.com] que dirige Ricardo Ruiz, para saludar a sus jóvenes poetas. Entre ellos, sólo de Homero Pumarol (1971) teníamos noticias --a través de su primer poemario Cuartel Babilonia (2000)--; del resto de los antologados --porque no tenemos las señas de todos-- suponemos son tan o más jóvenes que Pumarol. Lo cierto es que, cada uno a su modo, elaboran propuestas equivalentes: lenguaje e ideas derivados de la vida inmediata; es decir, cultivan el grado cero de las teorías, pero no de la inteligencia que se revela aguda y sedienta en todos ellos. Otros signos de su carnet de identidad podrían ser la honestidad y la lucidez de hacer carne en ellos mismos, primero y antes que en nadie, aquello que denuncian:
“Se salvara la isla?
Quedaremos a flote después de tanto bombardeo y tanta insistencia?
Quedarán aún brazos con ganas de construir un paisaje nuevo?
Quién la ama?
Quién realmente ama 48,671 km2 de espejismos?
Toda una extensión de dolor y soledad,
Dolor de madre pariendo hijos muertos”
(Giselle Rodríguez, “Orgullosamente dominicana”);
“Ahora guarda tu instinto, sal de la esquina
mézclate en la papilla democrática que te hacen comer
y espera el momento en que cambie el mundo”
(Marco Antonio Cabezas, “En la esquina de vallekas”).
Escépticos ante los conceptos -que es otro modo de repudiar la manipulación del poder-, percibimos por primera vez en la República Dominicana un grupo poético, entre las expresiones recientes, en abierta negación del refrito estético anterior; nos referimos a la “poesía del pensar” que --con algunas honrosas excepciones (León Félix Batista, Ylonka Nacidit-Perdomo o Frank Martínez, por ejemplo)-- ha continuado hasta muy avanzados los 90. Es decir, el distanciamiento teórico funciona también, entre aquellos jóvenes, como un distanciamiento ideológico-político; desarraigo de los lugares comunes, del imaginario nacional, como de la poesía elitista y desorejada (desentendida) de las urgencias coyunturales e históricas que practicaron los “poetas del pensamiento”.
Ahora, este neo-testimonio no es similar, para nada, a aquél que programáticamente desarrolló --en República Dominicana y en toda Latinoamérica-- la generación del 70; ésta, en general, hacía eco de la poética del social realismo (alentada desde la Casa de las Américas) combinada a una particular clonación local de la beat generation: Ginsberg, Keruac, Corso, etc. No, de ningún modo, tanto Homero Pumarol, Giselle Rodríguez, Marco Antonio Cabezas, Juan Dicent e Iván de Paula --antologados por círculo de baba en este orden-- se salvan de ser fundamentalistas a través del lirismo y del buen humor. En este sentido, creemos que así como niegan la entendible, aunque ahora extemporánea, reacción canónica de la poesía del 80 --frente a la mera reproducción de los ruidos de la calle y descuido en la edición de los poemas de los del 70--, al mismo tiempo se vinculan con un extraordinario poeta dominicano, hoy desaparecido, y sólo un tanto mayor. Nos referimos a Carlos Rodríguez, donde la modernidad de su personal registro exhibe una incisiva y, muy contemporánea, ironía; además de ser un dominicano sin geografía específica, digamos que sin fronteras, porque --como más arriba decíamos-- produjo buena parte de su obra fuera del país. De este modo, Juan Dicent, quizá la sorpresa más grata de todo este grupo, escribe:
“Y la gente se va a la playa en Semana Santa.
Desde el jueves el éxodo del peaje.
Tres días de romo, sol, mar, rave y bacharengue.
Por allá se enamoran,
tiran basura,
se divorcian,
sueñan,
caen presos,
y los más afortunados, mueren”
(“EASTER”);
“Mi hermana vive en Monday Street,
en Athens.
Su hijo teenager is in love,
con una niña de pelo amarillo,
parece sonámbulo.
Se pregunta si es muy vieja para navegar,
para chatear en la Infernet.
Mi hermano vive en Columbus Drive,
en New Jersey.
Antes podía ver los gemelos desde
su ventana, sobre el Hudson.
Mamá no quiere vivir con ellos,
yo soy su último hijo soltero.
Pero tengo la presión bajita,
me siento cansao todo el tiempo,
además de esta irritación en los ojos,
en la lengua, y claro, en los pulmones”
(“MONDAY STREET”).
De alguna manera, pues, y aunque estos escritores son aún muy jóvenes y necesitan consolidar sus poéticas, podemos decir que las aguas --una vez superada la noria de los de la “poesía del pensar”-- han retomado, si no su cauce, sí su fuerza o caudal en la poesía dominicana. El rumbo se hace al andar, mas es gozoso para nosotros comprobarlo, pareciera darse entre estos jóvenes una mixtura entre tradición --rescate de la poesía inmediatamente anterior a la de los 80, como la de Alexis Gómez Rosa; o de aquélla que no estuvo en marquesinas o fue ninguneada: Carlos Rodríguez o Manuel García Cartagena (1961), sólo para citar un par de nombres-- y extrañamiento frente a esa misma tradición vía la curiosidad por la cultura popular internacional y la oportuna adopción del propio autismo. Paradoja aparente que marca, de algún modo, el derrotero de los jóvenes poetas de hoy día en todo el mundo hispánico; como decíamos en una reseña anterior refiriéndonos a la poesía que practican, por ejemplo, sus pares puertorriqueños: “estética de lo efímero en vías de expresar y apresar mejor los vaivenes de la generalizada alienación cultural en que vivimos (ya no del "instante" como, por ejemplo, en la estética romántico-didáctica de aquella institución denominada Octavio Paz)”: “Los nuevos caníbales: reciente poesía del caribe insular hispano” [http://www.letras.s5.com/pg110405.htm]. Desconcierto, pues, y un no saber vallejiano aparecen colaborando activamente con esta nueva poesía; así, por lo menos, nos lo ilustra Homero Pumarol de manera enfática, no sólo con los versos con que nos dedicara su libro del 2000: “Para Pedro Granados/ con estas líneas des/ granadas y este/ no saber”, sino también con los que hoy tenemos al frente :
“¿Qué haremos cuando pare?
Pregunta el clavo a la pared.
Yo no sé, yo no sé, dice el martillo.
¿Qué haremos cuando pare?
Repiten las botellas, yo no sé,
llenando los pasillos y las escaleras”
(“Miles away”)
Asimismo en este contexto, aunque no estén incluidas en círculo de baba, mención especial merecen los trabajos de Rita Indiana Hernández (1977) y de una integrante del Taller Literario César Vallejo, Petra Saviñón (1976); poetas ambas auténticas, pero la primera mucho más innovadora que la segunda. Si bien es cierto que a Hernández no le conocemos un poemario posterior a La estrategia de Chochueca (2000), su obra es la que más nos ha llamado la atención entre las 24 poetas antologadas en Safo. Las más recientes poetas dominicanas (San Francisco de Macorís, R.D.: Angeles de Fierro, 2004), edición a cargo de Noé Zayas. Compañera de ruta de Homero Pumarol --y con más de un punto de contacto entre sus poesías--, nuestra poeta une al desenfado inteligente, propio de su generación, un enorme placer por la escritura (avis rara hoy en día) y, sobre todo, esta fruición la sabe comunicar al agradecido lector. Además tiene otra enorme virtud, con sus pertrechos cosmopolitas (ya que percibimos en ella a una lectora adicta y sin fronteras) hurga en el lenguaje y la forma de vivir locales:
“4:00 a.m. la Dumbi y yo en gozadera,
cuatro de la mañana en ciudad Trujillo,
la gente ojerosa, pidiendo cacao,
comprando cositas en las esquinas de la parte alta
a los chamaquitos que venden poesía
con la gorrita pa´bajo
y prende esa luce pa´vete la cara
y chequea y se frikea
y mete la mano buscando la dinera
la cartera que tengo en la mano
y tira los bolones de perico en la pierna de la Dumbo
el perico, qué rico la Dumbi me dice la cara de tigre
ese chin, ¿tú cree que soy loca, coñazo? Y yo
meándome
los chamaquitos pecho e palomo
las piernas que vuelan techos
que brincan conchos
la Dumbi se calma, guíllese le digo
se quilla la Dumbi
y dice ¿cara de qué?
el chamaco se ríe de la Dumbi y su tigueraje leve de
Gazcue”
(“Villas Agrícolas”)
Por lo tanto, persuasiva recreación del entrecruce de grupos sociales distintos; sugestivos enmascaramientos del sujeto; y un estupendo oído para el lenguaje de la calle --que su talento poético selecciona y estructura a su aire-- y para el ritmo culto del verso son las mejores cartas de presentación de esta poeta --y sabemos también interesante narradora-- hasta el momento.
Conclusión
En este rápido repaso por el cuarto de siglo de existencia del Taller Literario César Vallejo y la situación de la poesía dominicana reciente, podemos coincidir en que el Taller ya no es un referente exclusivo respecto a la poesía que se escribe hoy en día en la República Dominicana. Comprobamos que ha sido desbordado estética y también ideológicamente por otros grupos o sectores sociales que ven, por ejemplo, en la internet una posibilidad de dar a conocer sus cosas. Pensamos que lo que fundamentalmente congrega a estos nuevos poetas es el neo-testimonio; sin embargo, lo repetimos de otro modo, más como evento que en el poema inventa lo cotidiano (Michel de Certau) que como mera protesta. Es decir, no se trata ya de denunciar la realidad, tal como lo hacían los poetas del 70, sino de desnudar todo aquello como ficción que sostiene un poder no menos arbitrario. Es por esa razón que esta nueva poesía culta no responde con lo articulado de un discurso --tal como lo hacían también los del 70--, sino con lo desarticulado. Se niega a asumir las mismas reglas de juego de la racionalidad política vigente; rechaza asimilarse o naturalizarse; en
suma, no hace ya más el juego al poder. Y esto revela que se está alcanzando, quizá por primera vez y de un modo más sistemático en este país, cierta independencia real de los poetas frente a las exigencias del Estado: Pero no por la vía de la profesionalización del escritor, hecho probablemente utópico o todavía muy lejano, sino a través de iniciativas de pequeños grupos en las provincias de la república (www.librodominicano.com es un buen ejemplo de ello) o de individuos que --emigrados o no-- necesitan marchar contracorriente.
Obras citadas
Céspedes, Diógenes
2005 Ensayos sobre lingüística, poética y cultura. Santo Domingo, R.D.: Ediciones Librería La Trinitaria.
1994 “La enseñanza de la literatura en la escuela secundaria y la universidad, ¿Valor o ideología?. En: Ponencias del Congreso Crítico de Literatura Dominicana. Diógenes Céspedes, Soledad Álvarez, Pedro Vergés (eds.). Santo Domingo, R.D.: Editora de Colores. 229-254.
De Certau, Michel
1996 La invención de lo cotidiano. I Artes de hacer. México: Universidad Iberoamericana.
Emeterio R., Pura
2005 Estudios críticos de la literatura dominicana contemporánea. Santo Domingo, R.D.: Ediciones Librería La Trinitaria.
Foster, Hal
2001 El retorno de lo real. La vanguardia a finales de siglo. Madrid: Akal.
Henríquez Gratereaux, Federico
1994 “Mesa redonda en torno a la situación del escritor dominicano”. En: Ponencias del Congreso Crítico de Literatura Dominicana. Diógenes Céspedes, Soledad Álvarez, Pedro Vergés (eds.). Santo Domingo, R.D.: Editora de Colores. 277-285.
Hernández-Navarro, Miguel
2006 “El arte contemporáneo entre la experiencia, lo antivisual y lo siniestro”. Revista de Occidente (295) 7-25.
Jiménez, Miguel Antonio.
2000 Al filo del agua. XX años de poesía dominicana (1979-1999). Taller Literario César Vallejo. Santo Domingo: UASD. vol. I y II.
Lantigua, José Rafael
1995 El oficio de la palabra. Santo Domingo: Trinitaria.
Mateo, Andrés L.
1997 Manifiestos literarios de la República Dominicana. Santo Domingo, R.D.: Editora de Colores.
1994 “Los escritores dominicanos o cómo nadar entre tiburones: un manual”. En: Ponencias del Congreso Crítico de Literatura Dominicana. Diógenes Céspedes, Soledad Álvarez, Pedro Vergés (eds.). Santo Domingo, R.D.: Editora de Colores. 267-273.
Morin, Edgar
2005 “La epistemología de la complejidad”. En: Con Edgar Morin, por un pensamiento complejo. Implicaciones interdisciplinarias. Solana R., José Luis (ed.). Madrid: Akal. Pp. 27-52.
Núñez, Manuel
1994 “Características ideológicas del discurso de izquierdas en nuestra literatura”. En: Ponencias del Congreso Crítico de Literatura Dominicana. Diógenes Céspedes, Soledad Álvarez, Pedro Vergés (eds.). Santo Domingo, R.D.: Editora de Colores. 153-179.
Perdomo, Miguel Aníbal
2002 “La cultura del Caribe en la narrativa de Gabriel García Márquez”. PhD dissertation, The City University of New York.
Torres-Suivant, Silvio
1994 “Las vanguardias y la identidad cultural en la literatura dominicana 1900-1930”. En: Ponencias del Congreso Crítico de Literatura Dominicana. Diógenes Céspedes, Soledad Álvarez, Pedro Vergés (eds.). Santo Domingo, R.D.: Editora de Colores. 59-73
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Introducción
El presente ensayo, andino-caribeño, se propone dar a conocer la importancia y vigencia que desde 1979, año de su fundación por el poeta Mateo Morrison, viene teniendo el "Taller Literario César Vallejo" como principal gestor ya de varias promociones de poetas en la República Dominicana. Observaremos, básicamente, en qué contexto político-literario surgió y qué funciones estético-sociales desempeñó; no es un hecho irrelevante, además, que surgiera bajo el amparo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Cómo llegó a ser --desde mediados de los 80, pero sobre todo durante los 90-- impulsor de lo que uno de sus directores (José Mármol) denominó "poesía del pensar"; hasta su fisonomía y rol actual, bastante venido a menos, que parecería indicarnos haber sido desplazado en relevancia, a nivel nacional, por otros grupos o talleres literarios.
Tenemos la hipótesis que si en los 80 y 90 el “Taller Literario César Vallejo” permitió superar la estética social-realista predominante durante los 60 y 70; existe una muy reciente promoción de poetas que practica algo que nos animaríamos a denominar poesía neo-testimonial, claro que con distinta propuesta estética que los del 70 y en respuesta a un nuevo contexto histórico y cultural (local y planetario). En general, creemos que actualmente en la República Dominicana --tal como en otros países--, se constata un retorno de lo real (Hal Foster) y una suerte de escribir de cara a la complejidad (Edgar Morin).
Fugaz social-realismo
Tal como lo expresa Miguel Antonio Jiménez, actual director del “Taller Literario César Vallejo”, el contexto en que surgió esta iniciativa por parte de la Universidad Autónoma de Santo Domingo es el siguiente:
“Eran tiempos aquellos [1979] de someter el arte a una causa política, perdiendo así la obra de creación la libertad de indagar lo misterioso, lo trivial y lo fantástico [...] Las causas principales fueron la revolución sandinista en Nicaragua y la lucha revolucionaria de El Salvador, causas que substrajeron la sensibilidad de todos los poetas del Taller” (39)
Sus miembros fundadores fueron: “Julio Cuevas, Mayra Alemán, Juan Brijan (Juan Byron), Tomás Castro, Dionisio de Jesús, Plinio Chahín, José Mármol, Miguel Antonio Jiménez, Roberto Reyes, Rafael García Romero, César Cosme Santana y César Zapata” ( Jiménez 40). Citamos, amanera de ejemplo de lo que se producía en el Taller, el siguiente pasaje de “Arrepentimiento”, poema expresamente humano de Juan Byron:
“si me han pegado con varas y sonidos
en mi paso de bestia y en mi glándula
si he fallado si he fallado en mis cantos de esperanza
en mi mano y mi pie y mi ejeada
si he caído en las sílabas del miedo
en mi basca en mi gana y mi alfabeto
me arrepiento de todo, Padre Lenin”
A los que se agregaron luego, en específico desde mediados de los 80, otros jóvenes poetas como: Féliz Betances, Amable Mejía, Nan Chevalier, Ilonka Nacidit-Perdomo, Carmen Sánchez, Claribel Díaz, Basilio Belliard, Frank Martínez, entre otros; e incluso, muy recientemente, algunos destacados jóvenes más, como por ejemplo: Eulogio Javier, Orlando Cordero y Petra Saviñón (Jiménez 42-43). Listado donde podemos identificar, además, algunos nombres que en el presente constituyen lo más representativo de la poesía ilustrada en la República Dominicana.
Mas, volviendo al contexto de creación del “Taller Literario César Vallejo”; hacia aquélla fecha (1979), y con aquel perfil ideológico esbozado por Jiménez más arriba , es fácil percibir que nos hallamos ante un verdadero anacronismo que, casi inmediatamente, sería estética e ideológicamente subsanado. Esto porque, al interior mismo del proceso de la literatura dominicana inmediatamente anterior, ya habían hecho escuchar su voz comprometida los del Frente Popular (a raíz de la invasión norteamericana a la isla en 1965); como, por otro lado, también había podido manifestarse el grupo de los pluralistas abanderados por Manuel Rueda en su famoso discurso de 1974 . En otras palabras, ni ideológica ni, sobre todo, estéticamente el social-realismo canónico era ya viable; forzada o demagógicamente extemporáneo desde su nacimiento estaba, pues, condenado a tener una vida efímera. Esto a pesar de la política cultural rectora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo que, en palabras de Diógenes Céspedes, podría resumirse del modo siguiente:
“El gobierno de la Facultad de Humanidades desde 1966 hasta hoy [1994], ha sido un juego político de alianzas entre dos fuerzas que se han alternado la hegemonía en la UASD: el PRD y la falsa izquierda, como la definió Jiménez Grullón [...] El marxismo vulgar y la teoría de la dependencia han sido la apoyatura de esta concepción instrumental de la literatura en la UASD y en el resto del país” (1994: 238)
La “poesía del pensar”
Por lo tanto, no llama a sorpresa que, más bien pronto que tarde, por reacción frente a este estado de cosas, el Taller fuera invadido y copado por los “poetas del pensar”; grupo al que, a su modo, también alcanza a definir --incluyéndosele-- su mismo director actual: “Ante la generación de postguerra los `80 instauran un índice de complejidad en el discurso que tendrá como contingencia la poética del pensar. Eje generacional diferenciador” (66). Ahora bien, quien quizá nos precisa mejor lo que realmente pasa sea el líder intelectual de esta confrontación contra al social-realismo, el poeta José Mármol:
“La lengua es, con respecto a una nación, su savia espiritual, su sistema simbólico por excelencia, repito con E. Benveniste. Ella funda la historia y el hacer colectivo en todos los planos de los que viven en la sociedad. Y en punto a los aperos de un escritor, ella constituye su materia prima, su instrumental de trabajo y su único horizonte estético y teleológico. Es el principio y fin de su obsesiva y dichosa tarea individual y social” (222)
Por lo tanto, so pretexto de un mayor compromiso con el lenguaje , los poetas del 80 se pasaron a la otra banda. Grosso modo, a militar tras un concepto desencarnado de la realidad y a enarbolar una tesis más bien esencialista de la literatura; para no ahondar en su perfil ideológico francamente conservador. Sin embargo, pensamos que nos hallamos, aunque con distinto discurso, ante dos posiciones igualmente metafísicas. Es decir, aquéllas que representan, en primer lugar, a una flagrante ínfima minoría letrada en un país con un 76% de analfabetismo entre absoluto y funcional (Mateo 269); y, en segundo lugar, aquéllas que constituyen paliativos meramente retóricos de unos poetas que carecen de auténtico espacio de independencia o libertad en la República Dominicana. Al respecto, y aunque refiriéndose a las carencias materiales y educativas de la sociedad del pasado, es probable siga estando vigente --incluso a pesar de su énfasis romántico-- la situación descrita por Federico Henríquez Gratereaux:
“Es por eso que los intelectuales, los escritores, entraban al servicio del gobierno, porque al no haber un marcado desarrollo el principal empleador era el gobierno, y así los escritores quedaron supeditados a la política del gobierno, que como ustedes saben siempre fue un gobierno dictatorial: Santana, Báez, Lilís, Trujillo [...] Eso impidió que se creara un respeto público alrededor del escritor [...] era un hombre al servicio de un programa político, y no tenía libertad” (279)
Por lo tanto, si bien hoy en día los poetas trabajan también en universidades, Ongs y bancos, debemos advertir que en la República Dominicana no está desarrollada todavía, ni mucho menos, su profesionalización; aunque podamos admitir que existe actualmente una relativa emancipación de las imposiciones políticas directas. Esto es particularmente cierto, creemos, en el caso de los emigrados; para nadie es irrelevante que algunos de los poetas dominicanos más importantes hayan escrito temporal o permanentemente desde el exilio. Tal es el caso, por ejemplo, de dos mayores entre ellos: uno vivo, Alexis Gómez-Rosa, exilado unos quince años en Nueva York; el otro recientemente fallecido, Carlos Rodríguez (1951-2001), sin duda extraordinario, y que vivió buena parte de su existencia al oeste del Bronx. En suma, el distanciamiento físico de la isla ha repercutido en un enriquecimiento cultural para muchos escritores, y en particular para los poetas.
Saludo a la novísima poesía dominicana
Aprovechamos la lectura de una breve antología, que aparece en el flamante No 1 de la revista virtual círculo de baba [www.librodominicano.com] que dirige Ricardo Ruiz, para saludar a sus jóvenes poetas. Entre ellos, sólo de Homero Pumarol (1971) teníamos noticias --a través de su primer poemario Cuartel Babilonia (2000)--; del resto de los antologados --porque no tenemos las señas de todos-- suponemos son tan o más jóvenes que Pumarol. Lo cierto es que, cada uno a su modo, elaboran propuestas equivalentes: lenguaje e ideas derivados de la vida inmediata; es decir, cultivan el grado cero de las teorías, pero no de la inteligencia que se revela aguda y sedienta en todos ellos. Otros signos de su carnet de identidad podrían ser la honestidad y la lucidez de hacer carne en ellos mismos, primero y antes que en nadie, aquello que denuncian:
“Se salvara la isla?
Quedaremos a flote después de tanto bombardeo y tanta insistencia?
Quedarán aún brazos con ganas de construir un paisaje nuevo?
Quién la ama?
Quién realmente ama 48,671 km2 de espejismos?
Toda una extensión de dolor y soledad,
Dolor de madre pariendo hijos muertos”
(Giselle Rodríguez, “Orgullosamente dominicana”);
“Ahora guarda tu instinto, sal de la esquina
mézclate en la papilla democrática que te hacen comer
y espera el momento en que cambie el mundo”
(Marco Antonio Cabezas, “En la esquina de vallekas”).
Escépticos ante los conceptos -que es otro modo de repudiar la manipulación del poder-, percibimos por primera vez en la República Dominicana un grupo poético, entre las expresiones recientes, en abierta negación del refrito estético anterior; nos referimos a la “poesía del pensar” que --con algunas honrosas excepciones (León Félix Batista, Ylonka Nacidit-Perdomo o Frank Martínez, por ejemplo)-- ha continuado hasta muy avanzados los 90. Es decir, el distanciamiento teórico funciona también, entre aquellos jóvenes, como un distanciamiento ideológico-político; desarraigo de los lugares comunes, del imaginario nacional, como de la poesía elitista y desorejada (desentendida) de las urgencias coyunturales e históricas que practicaron los “poetas del pensamiento”.
Ahora, este neo-testimonio no es similar, para nada, a aquél que programáticamente desarrolló --en República Dominicana y en toda Latinoamérica-- la generación del 70; ésta, en general, hacía eco de la poética del social realismo (alentada desde la Casa de las Américas) combinada a una particular clonación local de la beat generation: Ginsberg, Keruac, Corso, etc. No, de ningún modo, tanto Homero Pumarol, Giselle Rodríguez, Marco Antonio Cabezas, Juan Dicent e Iván de Paula --antologados por círculo de baba en este orden-- se salvan de ser fundamentalistas a través del lirismo y del buen humor. En este sentido, creemos que así como niegan la entendible, aunque ahora extemporánea, reacción canónica de la poesía del 80 --frente a la mera reproducción de los ruidos de la calle y descuido en la edición de los poemas de los del 70--, al mismo tiempo se vinculan con un extraordinario poeta dominicano, hoy desaparecido, y sólo un tanto mayor. Nos referimos a Carlos Rodríguez, donde la modernidad de su personal registro exhibe una incisiva y, muy contemporánea, ironía; además de ser un dominicano sin geografía específica, digamos que sin fronteras, porque --como más arriba decíamos-- produjo buena parte de su obra fuera del país. De este modo, Juan Dicent, quizá la sorpresa más grata de todo este grupo, escribe:
“Y la gente se va a la playa en Semana Santa.
Desde el jueves el éxodo del peaje.
Tres días de romo, sol, mar, rave y bacharengue.
Por allá se enamoran,
tiran basura,
se divorcian,
sueñan,
caen presos,
y los más afortunados, mueren”
(“EASTER”);
“Mi hermana vive en Monday Street,
en Athens.
Su hijo teenager is in love,
con una niña de pelo amarillo,
parece sonámbulo.
Se pregunta si es muy vieja para navegar,
para chatear en la Infernet.
Mi hermano vive en Columbus Drive,
en New Jersey.
Antes podía ver los gemelos desde
su ventana, sobre el Hudson.
Mamá no quiere vivir con ellos,
yo soy su último hijo soltero.
Pero tengo la presión bajita,
me siento cansao todo el tiempo,
además de esta irritación en los ojos,
en la lengua, y claro, en los pulmones”
(“MONDAY STREET”).
De alguna manera, pues, y aunque estos escritores son aún muy jóvenes y necesitan consolidar sus poéticas, podemos decir que las aguas --una vez superada la noria de los de la “poesía del pensar”-- han retomado, si no su cauce, sí su fuerza o caudal en la poesía dominicana. El rumbo se hace al andar, mas es gozoso para nosotros comprobarlo, pareciera darse entre estos jóvenes una mixtura entre tradición --rescate de la poesía inmediatamente anterior a la de los 80, como la de Alexis Gómez Rosa; o de aquélla que no estuvo en marquesinas o fue ninguneada: Carlos Rodríguez o Manuel García Cartagena (1961), sólo para citar un par de nombres-- y extrañamiento frente a esa misma tradición vía la curiosidad por la cultura popular internacional y la oportuna adopción del propio autismo. Paradoja aparente que marca, de algún modo, el derrotero de los jóvenes poetas de hoy día en todo el mundo hispánico; como decíamos en una reseña anterior refiriéndonos a la poesía que practican, por ejemplo, sus pares puertorriqueños: “estética de lo efímero en vías de expresar y apresar mejor los vaivenes de la generalizada alienación cultural en que vivimos (ya no del "instante" como, por ejemplo, en la estética romántico-didáctica de aquella institución denominada Octavio Paz)”: “Los nuevos caníbales: reciente poesía del caribe insular hispano” [http://www.letras.s5.com/pg110405.htm]. Desconcierto, pues, y un no saber vallejiano aparecen colaborando activamente con esta nueva poesía; así, por lo menos, nos lo ilustra Homero Pumarol de manera enfática, no sólo con los versos con que nos dedicara su libro del 2000: “Para Pedro Granados/ con estas líneas des/ granadas y este/ no saber”, sino también con los que hoy tenemos al frente :
“¿Qué haremos cuando pare?
Pregunta el clavo a la pared.
Yo no sé, yo no sé, dice el martillo.
¿Qué haremos cuando pare?
Repiten las botellas, yo no sé,
llenando los pasillos y las escaleras”
(“Miles away”)
Asimismo en este contexto, aunque no estén incluidas en círculo de baba, mención especial merecen los trabajos de Rita Indiana Hernández (1977) y de una integrante del Taller Literario César Vallejo, Petra Saviñón (1976); poetas ambas auténticas, pero la primera mucho más innovadora que la segunda. Si bien es cierto que a Hernández no le conocemos un poemario posterior a La estrategia de Chochueca (2000), su obra es la que más nos ha llamado la atención entre las 24 poetas antologadas en Safo. Las más recientes poetas dominicanas (San Francisco de Macorís, R.D.: Angeles de Fierro, 2004), edición a cargo de Noé Zayas. Compañera de ruta de Homero Pumarol --y con más de un punto de contacto entre sus poesías--, nuestra poeta une al desenfado inteligente, propio de su generación, un enorme placer por la escritura (avis rara hoy en día) y, sobre todo, esta fruición la sabe comunicar al agradecido lector. Además tiene otra enorme virtud, con sus pertrechos cosmopolitas (ya que percibimos en ella a una lectora adicta y sin fronteras) hurga en el lenguaje y la forma de vivir locales:
“4:00 a.m. la Dumbi y yo en gozadera,
cuatro de la mañana en ciudad Trujillo,
la gente ojerosa, pidiendo cacao,
comprando cositas en las esquinas de la parte alta
a los chamaquitos que venden poesía
con la gorrita pa´bajo
y prende esa luce pa´vete la cara
y chequea y se frikea
y mete la mano buscando la dinera
la cartera que tengo en la mano
y tira los bolones de perico en la pierna de la Dumbo
el perico, qué rico la Dumbi me dice la cara de tigre
ese chin, ¿tú cree que soy loca, coñazo? Y yo
meándome
los chamaquitos pecho e palomo
las piernas que vuelan techos
que brincan conchos
la Dumbi se calma, guíllese le digo
se quilla la Dumbi
y dice ¿cara de qué?
el chamaco se ríe de la Dumbi y su tigueraje leve de
Gazcue”
(“Villas Agrícolas”)
Por lo tanto, persuasiva recreación del entrecruce de grupos sociales distintos; sugestivos enmascaramientos del sujeto; y un estupendo oído para el lenguaje de la calle --que su talento poético selecciona y estructura a su aire-- y para el ritmo culto del verso son las mejores cartas de presentación de esta poeta --y sabemos también interesante narradora-- hasta el momento.
Conclusión
En este rápido repaso por el cuarto de siglo de existencia del Taller Literario César Vallejo y la situación de la poesía dominicana reciente, podemos coincidir en que el Taller ya no es un referente exclusivo respecto a la poesía que se escribe hoy en día en la República Dominicana. Comprobamos que ha sido desbordado estética y también ideológicamente por otros grupos o sectores sociales que ven, por ejemplo, en la internet una posibilidad de dar a conocer sus cosas. Pensamos que lo que fundamentalmente congrega a estos nuevos poetas es el neo-testimonio; sin embargo, lo repetimos de otro modo, más como evento que en el poema inventa lo cotidiano (Michel de Certau) que como mera protesta. Es decir, no se trata ya de denunciar la realidad, tal como lo hacían los poetas del 70, sino de desnudar todo aquello como ficción que sostiene un poder no menos arbitrario. Es por esa razón que esta nueva poesía culta no responde con lo articulado de un discurso --tal como lo hacían también los del 70--, sino con lo desarticulado. Se niega a asumir las mismas reglas de juego de la racionalidad política vigente; rechaza asimilarse o naturalizarse; en
suma, no hace ya más el juego al poder. Y esto revela que se está alcanzando, quizá por primera vez y de un modo más sistemático en este país, cierta independencia real de los poetas frente a las exigencias del Estado: Pero no por la vía de la profesionalización del escritor, hecho probablemente utópico o todavía muy lejano, sino a través de iniciativas de pequeños grupos en las provincias de la república (www.librodominicano.com es un buen ejemplo de ello) o de individuos que --emigrados o no-- necesitan marchar contracorriente.
Obras citadas
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2005 Ensayos sobre lingüística, poética y cultura. Santo Domingo, R.D.: Ediciones Librería La Trinitaria.
1994 “La enseñanza de la literatura en la escuela secundaria y la universidad, ¿Valor o ideología?. En: Ponencias del Congreso Crítico de Literatura Dominicana. Diógenes Céspedes, Soledad Álvarez, Pedro Vergés (eds.). Santo Domingo, R.D.: Editora de Colores. 229-254.
De Certau, Michel
1996 La invención de lo cotidiano. I Artes de hacer. México: Universidad Iberoamericana.
Emeterio R., Pura
2005 Estudios críticos de la literatura dominicana contemporánea. Santo Domingo, R.D.: Ediciones Librería La Trinitaria.
Foster, Hal
2001 El retorno de lo real. La vanguardia a finales de siglo. Madrid: Akal.
Henríquez Gratereaux, Federico
1994 “Mesa redonda en torno a la situación del escritor dominicano”. En: Ponencias del Congreso Crítico de Literatura Dominicana. Diógenes Céspedes, Soledad Álvarez, Pedro Vergés (eds.). Santo Domingo, R.D.: Editora de Colores. 277-285.
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2006 “El arte contemporáneo entre la experiencia, lo antivisual y lo siniestro”. Revista de Occidente (295) 7-25.
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2000 Al filo del agua. XX años de poesía dominicana (1979-1999). Taller Literario César Vallejo. Santo Domingo: UASD. vol. I y II.
Lantigua, José Rafael
1995 El oficio de la palabra. Santo Domingo: Trinitaria.
Mateo, Andrés L.
1997 Manifiestos literarios de la República Dominicana. Santo Domingo, R.D.: Editora de Colores.
1994 “Los escritores dominicanos o cómo nadar entre tiburones: un manual”. En: Ponencias del Congreso Crítico de Literatura Dominicana. Diógenes Céspedes, Soledad Álvarez, Pedro Vergés (eds.). Santo Domingo, R.D.: Editora de Colores. 267-273.
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2005 “La epistemología de la complejidad”. En: Con Edgar Morin, por un pensamiento complejo. Implicaciones interdisciplinarias. Solana R., José Luis (ed.). Madrid: Akal. Pp. 27-52.
Núñez, Manuel
1994 “Características ideológicas del discurso de izquierdas en nuestra literatura”. En: Ponencias del Congreso Crítico de Literatura Dominicana. Diógenes Céspedes, Soledad Álvarez, Pedro Vergés (eds.). Santo Domingo, R.D.: Editora de Colores. 153-179.
Perdomo, Miguel Aníbal
2002 “La cultura del Caribe en la narrativa de Gabriel García Márquez”. PhD dissertation, The City University of New York.
Torres-Suivant, Silvio
1994 “Las vanguardias y la identidad cultural en la literatura dominicana 1900-1930”. En: Ponencias del Congreso Crítico de Literatura Dominicana. Diógenes Céspedes, Soledad Álvarez, Pedro Vergés (eds.). Santo Domingo, R.D.: Editora de Colores. 59-73
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Por ningún lado veo publicado el nombre del autor de este artículo, Pedro Granados.
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