Por Eduardo González Viaña
Los milagros de Antonio Melis
Hablaba el quechua como un nativo de los Andes, Escribió multitud de libros y textos diferentes sobre Mariátegui, Arguedas, Vallejo y otros escritores peruanos. Su obsesión era comprender la vida, el alma y el destino del Perú Desde Antonio Raimondi, no hay en Europa quien haya sabido tanto sobre nuestro país como el sabio italiano Antonio Melis quien acaba de fallecer.
Los milagros de Antonio Melis
Hablaba el quechua como un nativo de los Andes, Escribió multitud de libros y textos diferentes sobre Mariátegui, Arguedas, Vallejo y otros escritores peruanos. Su obsesión era comprender la vida, el alma y el destino del Perú Desde Antonio Raimondi, no hay en Europa quien haya sabido tanto sobre nuestro país como el sabio italiano Antonio Melis quien acaba de fallecer.
Al día siguiente de su muerte, ha comenzado su historia…; y también sus milagros, y yo quiero dar un testimonio de algunos de ellos:
Llegué a Siena en 2007. Lucia Lorenzini, su esposa y traductora del gigante Borges, había vertido al italiano mi novela “El corrido de Dante”y pronto presentaríamos el libro en la Feria de Turín. Mientras hacíamos tiempo para ese evento, Antonio me llevó en su carro a conocer uno tras de otro los campos azules de la eterna Toscana.
Cuando pasábamos junto a Maremma, muy cerca de Siena, ocurrió el primero de una serie de milagros. A pesar de que no conocía Italia, tuve la sensación de que ya había estado allí, me parecía escuchar la voz de una mujer muy triste y se lo confié a Antonio. Le dije que me sentía como en la infancia cuando leía con mi abuelo “La Divina Comedia” de Dante.
“Estás recorriendo el Purgatorio”-respondió mi amigo. Y añadió en la lengua toscana de ese libro: “Ricorditi di me che son la Pia”)
“Pia de Tolomei?- le pregunté , y Antonio asintió. Entonces, juntos recordamos a la desdichada personaje que sube por la montaña del Purgatorio, (V, 130-136) y al encontrarse con Dante le suplica que al volver a la vida se acuerde de ella, y le revela que es Pia, que Siena hizo, y Maremma la deshizo.
“No te extrañe”, me dijo Antonio quien para mí se había convertido en Virgilio. “Lo que leíste en tu infancia ya forma parte de tu vida y tiene tanta realidad como cualquiera de tus otras vivencias”
Y añadió que “la lectura es la puerta por donde entras y sales de tus sueños”.
Más tarde, nos detendríamos en la Rotonda de Montesiepi y seriamos testigos de otro milagro. Allí, bajo una breve capilla circular una espada atraviesa la roca.
Me relataría Antonio entonces la leyenda de Galgano, un caballero que volvía de las Cruzadas y, cansado de la guerra, hizo el gesto simbólico de herir la roca, pero la espada se hundió y no volvería a salir de allí.
Tampoco salió Galgano. Convertido en ermitaño se quedó a vivir en la Rotonda, y se dice que conversaba con los cipreses y aquellos le daban consejos para curar las enfermedades de la gente.
“No te asombres de eso porque el Perú es más portentoso”- me dijo Melis y me hizo ver que en la conciencia viva del mundo andino, las montañas tienen alma y hablan con los seres humanos. Y el tiempo –que se mueve de forma diferente- hace que determinados personajes e historias se repitan o se hagan eternos.
Me hizo notar que algunos héroes volvían a la vida una y otra vez en la conciencia de los pueblos. “Es el caso de Túpac Amaru. Lo ejecutaron. Lo despedazaron. Llevaron sus restos a uno y otro lugar, y sin embargo, en nuestro tiempo, ha vuelto a liderar multitudes que amparadas por su sombra y con su nombre se lanzaron a la muerte y acaso a la vida eterna.”
Tiempo después, de vuelta en Italia para presentar mi novela “Vallejo agli inferí”, también en la traducción de Lucia Lorenzini, recorrí con mi encantada pareja de amigos algunos pueblos cercanos a Siena. Era primero de mayo, y en todas las entradas y las plazas ondulaban banderas rojas, el pueblo cantaba “La Internacional” y Lucia, que también es una extraordinaria cantante, entonaba en nuestros idiomas canciones de amor que siempre sonaban subversivas.
“Sea cual fuere la conducción política de los países”, me dijo Antonio, “la cultura es roja, y nadie puede quitarle ese color.” Y, desde entonces, todos mis recuerdos de Antonio tienen un color rojo, alzado y sublevante.
He vuelto regresado a Italia muchas veces. Seis de mis libros se han traducido allí en estos tiempos. Los ha vertido al italiano gente tan admirable como Cecilia Galzio, Domenico Cusato, Giulia Spagnesi, Sabrina Constanzo, y otra vez iré para reconocer en el aire las palabras de Melis y para saber si se ha convertido en Galgano o se ha transportado a los Andes y ahora es el alma de una montana gigante y roja.
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