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De: Colectivo Perú Integral <cperuintegral@gmail.com>
Fecha: 5 de agosto de 2016, 8:03
Asunto: LAS VÍAS PARA LA REVOLUCIÓN Y EL SOCIALISMO AÚN SIGUEN SIENDO EXPLORADAS
Para:
De: Colectivo Perú Integral <cperuintegral@gmail.com>
Fecha: 5 de agosto de 2016, 8:03
Asunto: LAS VÍAS PARA LA REVOLUCIÓN Y EL SOCIALISMO AÚN SIGUEN SIENDO EXPLORADAS
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Atmósfera de Ideas
LAS VÍAS PARA LA  REVOLUCIÓN Y EL SOCIALISMO
AÚN SIGUEN SIENDO  EXPLORADAS
En un intento extremadamente sintético, dadas las limitaciones  de este espacio, podríamos reunir en fórmulas sencillas las principales  críticas que desde la izquierda más radical se lanzan contra el proceso de paz  de La Habana y contra las mismas FARC, en la idea de ubicar su grado de validez  y pertinencia. Al parecer, para algunos sectores, hemos pasado de ser los  adalides de la insurgencia armada y la revolución violenta, a simples  socialdemócratas reformistas y traidores.
Empecemos por su apreciación general del mundo y la lucha de  clases. En su criterio aquél se halla dividido en dos grandes bandos claramente  distinguibles, el imperialismo y sus lacayos por un lado, y por el otro los  pueblos en pie de lucha por la materialización de la revolución y el  socialismo. Si estos últimos no han sido capaces de triunfar, ha sido  fundamentalmente porque no han aplicado la línea correcta trazada por el  marxismo leninismo.
O porque se han desviado de ella luego de haber coronado la toma  del poder. La línea es clara, la revolución es un choque violento promovido por  una vanguardia obrero campesina que arrebata el poder a la clase capitalista  mediante una insurrección armada. Esta última es producto de la maduración de  condiciones objetivas y subjetivas. Las primeras son un hecho tangible en todas  las sociedades actuales, las segundas patrimonio de los más fieles seguidores  del marxismo.
Éste último se halla revelado en las obras de Carlos Marx,  Federico Engels y Vladimir Lenin, y comprende un conjunto de principios  inmutables que deben ser aplicados sin variación alguna. El capitalismo es un  sistema decadente que está a punto de derrumbarse y por lo tanto su caída  depende tan solo de la audacia y consecuencia del partido de vanguardia. La  revolución ha estado siempre a la vuelta de la esquina y sólo la han impedido  las direcciones vacilantes.
Estas son las que dudan de la disposición permanente de las  masas para lanzarse a la batalla definitiva, las que neciamente conciben vías  distintas al alzamiento armado, las que inventan diversas etapas para acceder  al socialismo, las que imaginan que pueden conquistarse espacios democráticos  en el mundo del capital, las que confían ingenuamente en que el imperialismo y  la burguesía van a compartir de algún modo su Estado con las clases explotadas.
Las que en lugar de ponerse al frente de la insurrección por la  que claman en coro los oprimidos, se inclinan por conversar y pactar fórmulas  de convivencia con las clases dominantes. Las que se atreven a concebir  absurdas reconciliaciones entre explotadores y explotados, las que incluso en  aras de esa alucinación son capaces de disolver un ejército revolucionario a  punto de triunfar, las que firman acuerdos de paz en lugar de llevar la guerra  hasta las últimas consecuencias.
El ejemplo perfecto, la guía que todo movimiento revolucionario  debe seguir, se halla en la revolución bolchevique de 1917. Fue mediante un  levantamiento armado que el pueblo ruso sepultó al zarismo en febrero de ese  año, imponiendo un breve período republicano en el que los soviets compartieron  el poder con la burguesía, para hacerse definitivamente a todo el poder por  medio de otra insurrección en el mes de octubre. Aprendan cómo se hace,  pontifican los críticos.
Así que soberanamente avergonzados y agradecidos, las FARC  debemos mandar la Mesa de Conversaciones y los acuerdos firmados al diablo, para  pasar a hacer un llamado al levantamiento general de la población, al tiempo  que regresamos al combate con la disposición total de cumplir de una vez por  todas con nuestro plan estratégico. La gente está lista en Colombia para salir  a bloquear carreteras y ciudades, para asaltar el poder local, para el triunfo  revolucionario.
Y si por una desgracia o por obra de algún albur llegásemos a  ser vencidos en el intento, habríamos perecido como los grandes, en el campo de  batalla, convertidos en los héroes de las generaciones futuras, y por tanto en  los inspiradores del triunfo final que se producirá inevitablemente, como  consecuencia de las enseñanzas que nuestro sacrifico deparará para quienes se  lanzarán entusiasmados a recoger nuestras banderas.
Eso sí sería comportarse como auténticos revolucionarios, la  prueba irrefutable de nuestra fidelidad a la línea, la reafirmación con nuestra  sangre de su justeza y validez absoluta. Los que ahora nos critican serían los  primeros en salir a proclamarlo en sus columnas por la web, los encargados de  levantar los monumentos en nuestra memoria, los que se pondrían firmes y  lívidos cada vez que consagren antes de sus reuniones el minuto de silencio en  nuestro honor.
Con todo el respeto que puedan merecer esos críticos tenemos que  decirles que están profundamente equivocados. La revolución, al igual que  cualquier otra actividad humana vinculada a la disputa por del poder del  Estado, es fundamentalmente y antes que nada un hecho político. Y la política  no consiste en otra cosa que en ganar el respaldo de otros para la propia  propuesta. Político victorioso es aquel que consigue un número aplastante de  seguidores.
Por ende sólo será triunfante una revolución, cuando las grandes  masas no figuren en la mente de los elaboradores de sueños sino en la realidad  de la lucha. Podrá decirse todo cuanto se quiera del odiado imperialismo y la  malvada burguesía, pero mientras cuenten con la aquiescencia de unas mayorías  que, por la razón que sea, prefieran acogerse a su sombra en lugar de  combatirlos, por fuerte que griten los rebeldes o por ruidosos que sean sus  disparos, será imposible vencerlos.
Porque además, y sólo un fanático podría negarlo, cuentan con  enormes aparatos militares y represivos que no vacilan en usar, sujetan las  riendas de la educación formal y son dueños de los grandes medios de  comunicación dedicados a moldear la opinión de la gente. Como si fuera poco,  son propietarios del conocimiento científico y tecnológico, y en virtud de todo  lo anterior son capaces de imponer una hegemonía cultural que atrapa y manosea  las conciencias.
Consideramos superado el viejo debate sobre el dogma marxista.  Para todos es claro que como valiosa fuente del conocimiento económico y  social, su invalorable herencia dialéctica impone considerarlo como una guía y  no como un decálogo de mandamientos. Abraham Lincoln gustaba de repetir que una  brújula nos señalaba donde estaba el norte y la dirección que queríamos seguir,  pero no nos mostraba los abismos, los desiertos, ni los lodazales del camino.
Es el análisis concreto de la realidad concreta el que nos  indica cuándo debemos dar un rodeo, cuando es conveniente elevar un puente  primero, cuando es mejor esperar que pase la creciente antes de lanzarse al  río. Seguir invariablemente en línea recta hacia adelante, por muy correcto que  sea el azimut, muy fácilmente conduce a perecer en el intento. Con el perdón de  nuestros críticos, más de medio siglo como guerrilleros nos ha enseñado algo de  eso.
En política nunca será suficiente considerar que la razón está  del lado propio, por más que sea eso lo que nos impulsa a seguir adelante.  Siempre se necesitará el apoyo masivo de otros y ese no se produce por  generación espontánea. Menos en las desiguales condiciones en que el movimiento  popular enfrenta el poder de las clases dominantes. Ganar éste impone crear las  condiciones que permitan llegar a la gente, hablarle, crearle conciencia,  organizarla y movilizarla.
En 1917, salvo la trágica experiencia de la Comuna de París, ni  las clases dominantes ni las oprimidas tenían un conocimiento cierto de cómo se  realizaba una revolución. Pero a partir de la llegada al poder de los  bolcheviques y la difusión mundial de sus ideas y planteamientos, la cuestión  adquirió incluso un talante científico. Mientras los de abajo obtuvieron un  ejemplo formidable a seguir, los de arriba tuvieron claro qué debían hacer para  aplastarla.
Las condiciones específicas de la Rusia zarista fueron  juiciosamente estudiadas por Lenin para concebir su táctica, basándose en  experiencias pasadas, como la de la revolución francesa, pero diseñando su  propia línea de acción, creándola, no copiando mecánicamente otras. Todas las  revoluciones socialistas que triunfaron después tendrían ese referente, pero  ninguna fue su repetición o calco. Sólo lograrían sostenerse con el tiempo las  verdaderamente auténticas.
Es decir, las sostenidas por la fuerza de las masas populares  conscientes y organizadas. Si la revolución cubana no se vino al suelo tras el  desastre que implicó para su economía y su nivel social la desaparición de la  Unión Soviética, fue por el extraordinario apoyo que consiguió Fidel de la  inmensa mayoría del pueblo cubano. Y sólo este impresionante apoyo explica por  qué ni siquiera Reagan o Bush se atrevieron a ensayar una invasión a la isla  que odiaban.
Seguimos viviendo en el mismo sistema capitalista de 1917, pero  resulta desacertado considerar que las situaciones de un siglo después, deben  ser examinadas con el mismo criterio que Lenin empleó para su época y país. El  sistema se ha desarrollado muchísimo más, el mundo actual es a todas luces más  complejo que entonces, las clases dominantes también poseen su propia  experiencia contrarrevolucionaria, hasta el proletariado es cualitativamente distinto.
Lenin no conoció el fascismo ni la doctrina de la seguridad  nacional, no pudo teorizar sobre la crisis económica de 1929 ni la capacidad  del capital para reproducirse y concentrarse aún más como consecuencia de ella.  En el año 2008 tuvo lugar la más reciente crisis mundial del capital, pero pese  a su profundidad y alcance, al contrario de lo previsto por los clásicos,  estuvo aún muy lejos de representar el quiebre del sistema. El viejo edificio  todavía parece firme.
Y eso no puede llamarse derrotismo. Los revolucionarios estamos  obligados a reconocer la realidad para trazar nuestra línea de acuerdo con  ella. No estamos viviendo una época de auge del movimiento revolucionario, como  la producida en el planeta después de la segunda guerra mundial y el apogeo de  la Unión Soviética tras su victoria. Éste significó una oleada de luchas por la  independencia de los pueblos, por su democratización, por la revolución y el  socialismo.
Vivimos en el período histórico que siguió al derrumbe de la  URSS y el socialismo en Europa del Este, que abrió las puertas a la  mundialización del capital y a sus políticas neoliberales. Vivimos en un  momento de arrogancia absoluta del imperialismo. La capacidad y la rapacidad  que éste ha demostrado para sojuzgar a los pueblos no pueden ser ignoradas.  Estamos obligados a reconocer la desbandada, el reflujo del movimiento  revolucionario en que nos ha tocado actuar.
Lo cual no puede interpretarse como el reconocimiento de estar  vencidos, como piensan muchos de los que avizoran para ya una revolución  anticapitalista mundial. Por fortuna, en todas partes del mundo sobreviven  gentes y organizaciones dispuestas a no dejar morir la esperanza, empeñadas en  sostener la vigencia de las causas de la revolución y el socialismo. Pero que  por su propia experiencia entienden la necesidad de encontrar caminos distintos  a los empleados.
Nos reconocemos como parte de esta ola que requiere fortalecerse  y avanzar. En el mismo momento del desmadre revolucionario que siguió a la  caída de la Unión Soviética, la Octava Conferencia Nacional de las FARC-EP  lanzó al país su propuesta de reconciliación y reconstrucción nacional, que presentaba en forma más elaborada nuestro viejo  planteamiento de solución política al conflicto, en el marco de unas propuestas  democráticas y antineoliberales.
A sabiendas de que los nuestros no serían los planteamientos  inmediatos de revolución y socialismo, en un momento en el que tales palabras  eran convertidas por las clases dominantes del mundo entero, y en gran medida  asimiladas así por los pueblos, como experiencias dolorosas y fracasadas de las  que era mejor olvidarse para siempre. Los revolucionarios estábamos obligados a  sobrevivir y para ello era indispensable encontrar un discurso que tuviera eco  en las masas.
La gente veía la caída del socialismo de esa manera, pero lo que  vivía en sus propios países capitalistas era el fin del modelo de bienestar  social, el cierre de una fábrica tras otra y su traslado al lejano oriente, la  marea de despidos, la privatización de los servicios básicos antes en manos del  Estado, la precarización de sus condiciones de trabajo, la quiebra de sus  empresas ante la competencia extranjera liberalizada, su descenso social, una  inseguridad abrumadora.
Para no hablar de Colombia, en donde además de esas nefastas  consecuencias del modelo, los agentes de la economía subterránea del  narcotráfico se apoderaban velozmente del Estado, e iniciaban en alianza con  importantes sectores de los partidos tradicionales, una violenta arremetida  contra quien se opusiera a sus planes. El propio Estado no tardaría en aliarse  con ellos para combatir la insurgencia, otorgando estatus legal y social al  paramilitarismo.
Éste, a su vez, resultaría más que funcional para los proyecto  de inversión financiera trasnacional en materia de obras de infraestructura,  mega minería y agricultura para la exportación, convirtiéndose en ejecutor de  la más salvaje contra reforma agraria, despojando de la tierra mediante el  crimen atroz a millones de campesinos bajo el plausible pretexto de que se  trataban de colaboradores de las guerrillas antediluvianas que se negaban a  rendirse.
Una organización revolucionaria tan experimentada y responsable  como las FARC-EP comprendió que lo que correspondía al momento, era formular  propuestas acordes con la trágica realidad que vivían los colombianos, antes  que enzarzarse en acalorados debates acerca de la vigencia de la revolución y  el socialismo. Aquí se percibió que lo que llenaría de pueblo la lucha por las  más hondas transformaciones era la interpretación adecuada de sus más profundos  anhelos.
Un pueblo asediado por la violencia estatal y paramilitar,  víctima de los atentados terroristas ejecutados por las mafias  narcotraficantes, amenazado a diario en las calles de pueblos y ciudades por  los sicarios, acosado por las incidencias de una larga guerra interna de las  que muchas veces resultaba afectado, y de remate actor pasivo de las crueldades  de un modelo económico antisocial, tenía que aspirar hondamente a la paz y a un  cambio a su favor en el país.
Las FARC tuvimos claro que esas eran las banderas a levantar en  la Colombia azotada por el terrorismo estatal, paz, democracia y justicia  social. Debíamos imprimir un enorme dinamismo a los clamores del pueblo  colombiano por detener el terror de Estado, por abrir espacios que permitieran  el ejercicio político a los de abajo, privados de sus garantías desde siempre  por causa de la violencia oficial. Generar una conciencia general contra el  neoliberalismo y su injusticia.
No eran propiamente las consignas de la revolución y el  socialismo, pero estuvo claro para nosotros que de lograrse materializar, ellas  generarían un inmenso protagonismo político y social a las víctimas del  capital, les abrirían la posibilidad de organizarse y avanzar, de conquistar  derechos y profundizar la lucha por ampliarlos. Las consignas de la vida, la  tranquilidad, las libertades políticas, la tierra, el apoyo del Estado y demás,  terminarían por convertirse en un huracán.
Pero no lo dijimos solamente en proclamas y conferencias. Lo  defendimos con la fuerza de las armas. En el momento histórico en que todas las  voces del Establecimiento y de sectores significativos de izquierda se  empeñaron en convencernos de la necesidad de desmovilizarnos, las FARC asumimos  en su grado más intenso la confrontación militar, combatimos sin vacilaciones  al Estado y el paramilitarismo, derramamos nuestra sangre y entregamos muchas  vidas valiosas.
Fue ese heroico accionar el que consiguió arrancar al  Establecimiento las conversaciones de paz del Caguán. Las mismas que el  imperialismo y la oligarquía colombiana emplearon como un compás de espera para  su rearme y cualificación militar, a objeto de lanzar la más impresionante  ofensiva de aniquilamiento contra nosotros. Y así lo hicieron, aprovechándose  del anhelo de paz de un pueblo victimizado hasta el límite. Una tenaz campaña  de difamación acompañó sus planes.
Entonces se sobrevinieron los diez años más cruentos de la  guerra interna en Colombia. Norteamericanos, israelíes y británicos asesoraron  y apoyaron con recursos, tecnología y ayuda militar al Estado colombiano. El  paramilitarismo se convirtió en un monstruo despiadado con igual propósito.  Nunca antes llovieron sobre las FARC tantas bombas y fuego, tanta sindicación  venenosa, tanta manipulación internacional. Sin conseguir vencernos pese a los  golpes recibidos.
En abierta coincidencia con nuestra lucha, se produjo el  despertar de buena parte del pueblo de Latinoamérica y el Caribe. Sorpresivos y  entusiastas movimientos de masas se fueron agrupando y conquistando gobiernos  en países del vecindario. Chávez, Evo, Correa, los Kirchner, Lula, Lugo,  Ortega, Zelaya, Funes simbolizaron y encarnaron la respuesta de los pueblos del  continente a las políticas neoliberales y a las imposiciones por la fuerza del  imperio.
Unos más radicales que otros, unos más comprometidos que otros  con los sectores desvalidos, todos ellos conformarían una ola sorprendente en  medio de la soberbia imperialista del gran capital que invadía y destruía  países y culturas enteras para garantizar sus recursos y ganancias. Consignas y  tácticas nuevas, fundadas en el accionar multitudinario de las masas, nos  ayudaron a ratificar que estábamos en lo cierto, las revoluciones no volverían  a tener los moldes clásicos.
El golpe del 11 de abril, fraguado en oficinas del imperio y  planificado hasta en su más mínima perversidad en conjunción con los sectores  reaccionarios de Venezuela, apoyado de inmediato por toda la derecha  continental, se hundió ante los ojos de sus hacedores por obra de una  espontánea y aplastante actuación popular que regresó al poder al Presidente  Chávez. Si se lo mira bien esa fue una revolución que llevó al pueblo al poder,  más que las elecciones de unos años atrás.
Ha sido nuestra resistencia armada, unida al clamor de millones  de colombianos por la paz y el fin de las políticas neoliberales que amenazan  hasta la existencia misma de la especie humana, la que conquistó el espacio de  la Mesa de Conversaciones de La Habana. Y en ella hemos librado una batalla  política de dimensiones históricas en aras de hacer valer nuestra idea de paz  con justicia social y democracia. Los acuerdos firmados dan cuenta de ello.
Desde el comienzo del gobierno de Belisario Betancur las FARC-EP  hemos trabajado de modo incansable por la consecución de una salida política al  conflicto armado interno, a fin de democratizar la vida nacional, derrotar el  terrorismo de Estado y enrumbar nuestro país hacia un destino distinto al  impuesto por el capitalismo salvaje. Han sido 34 años de intensa confrontación  militar y política, en prueba incontrastable de nuestra condición de revolucionarios  consecuentes.
Dicha solución política requiere una dosis suficiente de  realismo político. De marxismo aplicado a las condiciones colombianas en el  momento presente. Formalizadas las garantías para el ejercicio político pleno,  no sólo para nosotros sino para los movimientos políticos y sociales de  oposición, comprometido el Estado a una campaña a fondo para la erradicación  del paramilitarismo y sus inspiradores en la economía y la política, acordada  una reforma rural integral, ¿qué sigue?
Ya se alcanzó un importantísimo acuerdo también en materia de  víctimas, con un original sistema integral de verdad, justicia, reparación y no  repetición, incluida una Jurisdicción Especial elogiada por toda clase de expertos en  el plano internacional. La ONU, su Consejo de Seguridad, la Unión Europea,  UNASUR, la CELAC, el Vaticano y en general la comunidad internacional apoyan lo  pactado y están dispuestos a colaborar para garantizar su cumplimiento.
Las FARC nos transformaremos en un movimiento político legal,  conservando nuestra cohesión y unidad históricas, con todo el propósito de  trabajar de manera amplia con las masas de inconformes en Colombia, por el  cumplimiento de todo lo acordado en la Mesa de Conversaciones y al mismo tiempo  por su profundización. No hemos abandonado ni abandonaremos nuestras  convicciones ideológicas y políticas por la revolución y el socialismo.
Sólo que trabajaremos por estos últimos de manera acorde con el  contexto del mundo contemporáneo, extendiendo nuestro abrazo solidario a todos  los partidos y movimientos revolucionarios del mundo. Resulta imposible, dada  la objetiva correlación de fuerzas, pensar en seguir sosteniendo nuestra lucha  armada en las nuevas condiciones de legalidad y garantías. La dejación de armas  es la conclusión final de todo lo conquistado por ellas y la fuerza de masas.
Entendemos la inconformidad expresada por algunos sectores  radicales, pero no la compartimos. No somos de los que pensamos que la  revolución cubana ha entregado sus banderas y su modelo socialista en aras de  la normalización de las relaciones con los Estados Unidos. Confiamos en ella,  en su pueblo y en su historia. Los tiempos y las condiciones cambian y es  necesario actuar en consonancia con ellos y los pueblos. Como buenos  comunistas, Cuba y nosotros lo sabemos.
Las vías para la revolución y el socialismo siguen aún siendo  exploradas por los revolucionarios de hoy. La historia no se detiene porque la  lucha de clases late en su interior con más fuerza que nunca. Es cierto que  David logró vencer a Goliat con una simple honda, pero no puede olvidarse que  aquello no es más que un mito religioso, que detrás de cada uno de ellos había  grandes pueblos y que sólo el movimiento correcto de ellos pudo haber originado  la victoria.
La Habana, 5 de julio de 2016.
ARTICULO ESCRITO  POR EL COMPAÑERO Gabriel Ángel
de: hernan Retrepo Crespo  <hrc22222@yahoo.es>
responder a: hernan Retrepo Crespo  <hrc22222@yahoo.es>
para: Laureano Monroy  <laureano77@gmail.com>, (…)
fecha: 31 de julio de 2016, 12:19
enviado por: yahoo.es
firmado por: yahoo.es
COLECTIVO  PERÚ INTEGRAL
5 de  agosto 2016
 
 
 
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